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Luces de la ciudad

Bésame mucho

Esta mañana al levantarme he conectado la radio y sonaba la voz de Ana Belén cantando «besos, ternura, qué derroche de amor, cuánta locura» y entonces, no sé por qué, de repente, he recordado unos versos de Pedro Salinas: «Ayer te besé en los labios. Te besé en los labios. Densos, rojos. Fue un beso tan corto que duró más que un relámpago…», y a continuación, el poema de Vicente Aleixandre El beso póstumo: «Así callado, aún mis labios en los tuyos, te respiro…».

Con este comienzo de día ¿quién podía resistir la tentación de sumergirse en este fantástico mundo de los besos?

Seguro que todos tendremos ‘nuestro beso’. Ese beso que, por unos motivos u otros, jamás podremos olvidar. Ese beso capaz de trasmitir sensaciones reconocibles para unos y desconocidas para otros. «En un beso sabrás todo lo que he callado», decía Pablo Neruda. Pero al margen de esas experiencias personales, más o menos religiosas, cada cual sabrá la suya; el arte, en sus distintas disciplinas, nos ha obsequiado a lo largo de la historia con esta manifestación de amor, cariño y amistad, incluso de traición, no olvidemos el de Judas.

Enumerarlos todos sería una tarea larga y tediosa, aunque, sin duda, ya tendremos en la mente algunas imágenes icónicas como las fotografías del marinero besando a una enfermera en Time Square al finalizar la Segunda Guerra Mundial o la de El beso de París, que simbolizó durante mucho tiempo el romanticismo de esta ciudad.

Por distintas razones, algunos de estos besos han quedado fijados en mi memoria. Recuerdo con nostalgia el primer beso que vi en la gran pantalla. Fue una tarde en la que mi madre me dijo: nene, nos vamos al cine. Esto solía ocurrir cada vez que no conseguía que una amiga la acompañara. ¿Qué vamos a ver? pregunté. «Lo que el viento se llevó y lo que el culo aguantó», me contestó. Y no iba muy desencaminada. A pesar de la cantidad de besos memorables que ha inmortalizado el cine, aquella tarde contemplé, con una mezcla de inocencia y curiosidad, uno de los besos más intensos de su historia, el de Rhett Butler y Escarlata O’Hara; y tras el beso, esa frase inolvidable del protagonista: «Ninguno de esos necios ha sabido besarte así jamás».

Años más tarde, en Viena, un óleo con laminillas de oro y estaño, expuesto en la Galería Belvedere, que reproduce un beso en la mejilla entre dos amantes que parecen fundirse en uno solo causó en mí una tremenda impresión por su extraordinaria belleza. Era El beso, de Klimt.

Y como no quiero caer en la extensión y el tedio antes mencionado, destacaré un último beso que inevitablemente dejó una profunda huella en mí, debido principalmente a su estética y simbolismo. Se trata del mural que recrea el beso de tornillo entre el líder de la Unión Soviética Leonid Brezhnev y el presidente de la República Democrática Alemana Erich Honecker, que fue pintado en el mismo muro de Berlín un año después de su caída.

Tengo que reconocer que, a pesar de todo lo que hayan podido influir en mí estos besos, no hay nada como un beso real, un beso de verdad, de esos que estimulan el cuerpo y el alma y que todos necesitamos o deseamos, por tanto, no te cortes y bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez.

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