Síguenos en redes sociales:

Todo por escrito

Gema Panalés Lorca

De lo que me arrepiento

Hay artículos que se escriben solos. Apenas tengo que pensar, porque el dios de las Letras me susurra al oído hasta la última palabra. En menos de media hora, todo está resuelto y, al releerlo, me cuesta reconocer mis propias frases. Eso ocurre muy pocas veces, pero cuando sucede todo es tan fácil y orgánico, que uno se vuelve creyente.

Hay artículos que empiezan siendo una cosa y terminan siendo otra. La idea inicial queda desplazada por otra con mayor fuerza (que no se sabe de dónde viene) y entonces es mejor rendirse ante la evidencia y dejar que el nuevo enfoque tome el control del texto. Aquí hay que saber ceder y ser flexible.

Otras veces me da por querer escribir cosas que no pueden -o deben- publicarse. Si dejo pasar unos días, a veces puedo ‘reciclar’ la idea original y salvarla de la quema. Sin embargo, lo que sucede casi siempre es que el tiempo pasa y la idea reposa tanto que ya a nadie -ni siquiera a mí misma- le importa. Esos textos nunca escritos se convierten, como improvisó el replicante de Blade Runner, en lágrimas en la lluvia. Aquí practico la prudencia, también conocida como autocensura.

Hay artículos que no necesito ni terminarlos para saber que no funcionan, que son malos. Lo peor es que esa certeza de fracaso me acompaña incluso después de haberlos escrito y, cuando se publican, revivo el bochorno. Lo mejor en esos casos es tener otro texto -o seis- entre las manos. Estar ocupado con nuevas ideas le resta dramatismo al asunto.

Hay artículos repletos de ideas, redactados con esfuerzo y pasión, en los que uno siente que expresa con precisión argumentos certeros y originales. En esos textos se invierte mucho esfuerzo: «Cada pasaje deviene un ‘pasaje’, cada adjetivo una decisión», en palabras del maestro Thomas Mann. Al terminarlos uno siente orgullo y satisfacción. Luego viene un lector y te dice: «Perdona, pero este no lo he entendido». Ahí es cuando los humos se me bajan.

También hay textos que son en realidad relatos, en los que un personaje cobra vida y empieza a hacer cosas que ni yo misma he visto venir. Esos son muy divertidos de escribir porque el protagonista siempre me sorprende y yo me convierto en una observadora de excepción, que sigue sus aventuras con verdadero asombro. Estoy convencida de que esos personajes con personalidad propia tienen una vida independiente más allá de mi texto.

Practicar la fe, ceder y ser flexible, ejercer la prudencia, reírse de uno mismo, ser humilde y dejarse sorprender, por poner algunos ejemplos. Escribir es todo un (auto) aprendizaje. En realidad, no hay artículos buenos y malos, sino artículos escritos y no escritos. Yo de los únicos que me arrepiento es de los segundos.

¡Regístrate y no te pierdas esta noticia!

Ayúdanos a adaptar más el contenido a ti y aprovecha las ventajas de nuestros usuarios registrados.

REGÍSTRATE GRATIS

Si ya estás registrado pincha aquí.