Querida rubia:

Fue un placer verte, lo del plan de comprar el pollo, lo mejor, así mamá pudo hacer lo que quería hacer y disfrutar, además, de tu compañía y el herbero, licor de la sierra de Mariola que sí te aconsejo que te tomes si no vas a conducir. Si no, simplemente, moja los labios, como hiciste, porque es el demonio. 

No sé yo si es buena idea que te enganches a esas series de ficción histórica. Las más de las veces es más ficción que historia. Si está bien ambientada hay suspensión de la incredulidad, pero si te presentan, como lo hacen, a Catalina de Aragón en La Princesa Blanca bailando un cuadro flamenco con siete años y luego, de guinda, te ponen como Isabel de Castilla a la siempre estupenda, pero claramente impropia para ese papel, Rossy de Palma, vestida, además, como la Dama de Elche, entonces es cuando la incredulidad cae encima tuya con todo su peso y decides que no vas a darle más crédito a una serie tan anglocentrada. 

Mira que me pasa mucho, no puedo con las vicisitudes ridículas, aunque sean en ficción. No sé si es vergüenza ajena, incapacidad de reírme de las desgracias de los demás, por mal que me caigan, o lo que sea. Las películas de Landa no las suelo poder ver y el vídeo de los humoristas rusos riéndose del alcalde de Madrid me hizo sufrir horrores por Almeida, aunque no le tenga mayor simpatía. 

Para cuando leas esto estaré en mi breve visita a Madrid y vuelta. Cuando te fuiste de casa cogí mi mochila, puse un par de mudas, el ordenador y cogí el autobús de noche. Viajar así es una experiencia que está entre incómoda y mágica. Antes (una pena que no haya ya trenes de noche) lo solía hacer entre Bilbao y Barcelona. Salir de la estación de Abando y despertarse en Sans después de haber dormido era como un encantamiento y la suspensión de la incredulidad funcionaba por un segundo, en que te extrañabas de estar ahí y luego aquí. 

Ahora uno está mayor y le resulta difícil dormir en un asiento de autobús, aunque lo intento. Es una duermevela colectiva y a veces los míos se mezclan con lo de mis compañeros de viaje. Mis planes de descansar en Madrid flotan alucinados con la excitación de quien se va a Cuba a ver a la familia o el fastidio, el recuerdo de los buenos momentos y las promesas de nueva vida de quien vuelve de vacaciones. Los perfiles en las sombras te cuentan historias cuando vas cerrando los ojos y cuando los abres se te han olvidado y envidias que alguien puede caer redondo en una posición de poco más de noventa grados. 

Así que ando un poco zote porque he dormido poco, pero Óscar y José, mis anfitriones, me han dado café en vena. Quiero disfrutar de su compañía. Decidimos colectivamente los tres, hace tiempo, que no había verano si no nos veíamos al menos una vez y es un lujo disfrutar del abrazo de oso de Óscar y la ironía en la voz suave de José. Ahora están en la aventura de un cambio de casa en la sierra, construyendo un hogar y luchando contra un chopo, que, como los problemas cabrones, hunde sus raíces, las extiende y va sacando hijos donde menos te lo esperas, y así ando yo también, con lo que es liberación coger la azada y echarles una mano con la jardinería. Después nos daremos una terapia de shock en la piscina que está helada como un whisky on the rocks, pero se agradece después de tanta agua que parece caldo. Dormiré como un bendito, tapado con una manta, y eso, amiga, es un lujo que merece un esfuerzo. 

Ya te contaré mis sueños. Un beso desde el fresco.