No veo realities pero es inevitable el eco que lanzan, porque se repiten en redes sociales rebotando como en un desfiladero tan profundo como el del cañón del Colorado. Lo que nos llega es tan completo en imágenes como fragmentado y complicado. En ese cubo de rubik que acudía a mí en distintas pantallas, con retazos e imágenes, Veronica Forqué aparecía de una manera que a mí me resultaba desnortada, pero estamos tan acostumbrados a que aquellas presencias que fueron constantes de nuestra vida desaparezcan y de pronto vuelvan a aparecer como un Guadiana desbocado que tampoco le di mayor importancia a ese eco. Juro que ni la critiqué ni le hice mayor caso, salvo para pensar «pobre...», porque lo que veía, y ya les digo que no vi mucho, no me parecía esa Forqué cuya presencia hacía prestarle atención. Quizás ese mismo aura que ahora emanaba me hacía no querer verla, reservando la otra imagen, la luminosa, la positiva, que por última vez vi en Sueño de una noche de verano en un teatro.

Que no supiéramos ver lo que le pasaba a Forqué nos ha de hacer afinar más el ojo, abrir más el oído para escuchar y callar más la boca con nuestras opiniones para no ser ni siquiera remotamente cómplices, en la medida de nuestras posibilidades, de cualquier otro caso parecido. Porque es muy fácil serlo.

Miren, el obispo Munilla, que viene a la vecina diócesis de Alicante, es uno de tantos que parecen tan estupendos que no saben ver, son sordos y hablan demasiado. Para el prelado los homosexuales son enfermos, a pesar de las palabras del papa Francisco diciendo que él, siendo Su Santidad, no es nadie para juzgar a los homosexuales. Ignora que 420 especies de animales, por ejemplo, desarrollan conductas homosexuales, ocasionales o permanentes en el tiempo. Munilla achaca a los lgtbiq+ enfermedades mentales, ignorando que la inmensa mayoría de profesionales hace tiempo que abandonó esa noción. Tampoco cae en la cuenta que los trastornos que achaca no son provocados por la homosexualidad o la transexualidad o la intersexualidad sino por el machaque que recibimos por ser diferentes, y que personas como él, que dicen ser respetuosas con nosotros, alientan llamándonos enfermos. No es raro, así, que el índice de suicidios sea mayor entre la población adolescente lgtbiq que entre el resto.

«Vivir no es fácil para nadie, pero a algunos les resulta mucho más difícil que a los demás», ha escrito recientemente mi admirada Rosa Palo. Eso es más cierto y más triste cuando a esa dificultad difusa a la hora de vivir le añadimos nuestra propia crueldad. Deberíamos evitarlo, en cualquier caso, en el de Forqué, en el de los los lgtbiq y en otros muchos. Cualquiera que haga tropezar a un alma inocente mejor que se ate una piedra de molino al cuello y se arroje al mar.

Así que sobre nuestra conciencia queda y sobre la suya también, señor Munilla, por más que sea ilustrísima, reverendísima y estupendísima.