Y el lumigas también porque no vamos a estar calentando las alubias en penumbra. Dos artículos que este ‘black friday’ serán de los más demandados a tenor del grado de histeria colectiva que han generado unas ineptas manifestaciones de una recién estrenada primera ministra austríaca de ultraderecha sobre un hipotético apagón mundial. 

Eso sí, aventadas por algunos medios de comunicación también aquí en España que desplazaron de inmediato reporteros y unidades móviles a las puertas de las ferreterías en las que se oxidaban estos aparatos a la espera de algún avezado montañero de travesía transpirenaica o de la cuadrilla de boy scouts organizando la acampada de otoño.

 Que una dirigente europea hable de un riesgo cierto de blackout por culpa de la crisis energética ya se debería saber a estas alturas enmarcar en los gustos conspiranoicos de los partidos populistas. Algo absurdo que incluir en esa misma espiral pintoresca y apocalíptica en la que que se ha llegado a oír, jocosamente, que la falta de microchips se debe a que los han empleado en inocularlos en las vacunas contra el coronavirus. 

Pero en fin, admitir como ciertas estas alucinaciones de algunas mentes poco preparadas dicen algunos que justifica que siempre nos tengan que repetir la mecánica de las uvas y las campanadas de fin de año .

Reunir bombonas de butano o pilas para linternas y transistores como se hacía en los refugios antinucleares en los momentos más calientes de la Guerra Fría nos coloca en la antesala de lo que se nos viene encima estas semanas si nos mantienen en vilo con el anuncio cierre patronal de empresas de transporte a las puertas de la Navidad. 

Y en esto, como en todo lo que suponga hacer más turbulentas de por sí las bravas aguas en las que nadamos los consumidores, hay quien saca suculentos beneficios.

Porque anunciar problemas de logística es animar a acaparar y desbordar el abastecimiento de productos previsto en un periodo normal. Y crear artificialmente carestía hace subir los precios. 

Ya lo viene haciendo el oligopolio que ejercen las navieras mundiales de mercancías que especulan con una demanda urgente dispuesta a pagar lo que haga falta por uno de los trece millones de contenedores que hay en el mundo, sin que la subida de los precios de carburante que propulsa los buques que los transportan justifique esas tarifas estratosféricas.

  Como para que ahora algunos tengan que cargar con el extra de los camping gas.