Siempre he sospechado que cuando un organismo oficial, o no, emite una encuesta acerca de la intención de voto de los electores sobre una futura elección, a favor de quien se lo ha encargado o de quien le paga, algo oscuro y falso hay. Si esa encuesta, que es menos fiable que los valores de algunos bancos, le fuera desfavorable al Gobierno de turno no la publicarían. Y esa sospecha se puede convertir en una realidad cuando una jueza ordena investigar, aunque no exista una acusación pública, si el director del CIS (Centro de Investigación Sociológica, organismo encargado de realizar encuestas sobre intención de voto) ha cometido un delito de malversación de caudales públicos por inventarse los resultados de la encuesta, siempre a favor del poder. Dicen los querellantes que desde que José Félix Tezanos llegó al CIS siempre ha ganado en las encuestas el mismo partido político, y le achacan no solo el elevado coste de las encuestas, sino también el haber cambiado de metodología, sin explicación alguna. La cocina de Tezanos, como los ocurrentes detractores lo denominan, será o no una realidad cuando la jueza lo investigue.

Pero no todas las encuestas son tan poco fiables como las del CIS, pues quiero pensar (aunque me cueste) que la mayoría son imparciales, y ponen de manifiesto una realidad verdadera. Y en este sentido, no puedo por más que referirme a una reciente encuesta que me ha puesto las pilas y me ha hecho reflexionar. Como saben muchos de los lectores a los que me dirijo, existe un programa educativo que con notable éxito viene funcionando hace más de doce años ya en nuestra Región, llamado ‘Educando en Justicia’, que no existe en las asignaturas de la ESO ni del Bachiller. Su finalidad no es otra que llevar a nuestros adolescentes un mensaje de no a la violencia, sí al diálogo, rechazo a las drogas y respeto al Estado de Derecho. Y más recientemente, en una encuesta realizada a profesores, se pone de relieve también la necesidad de acabar con la asignatura pendiente, que se llama Educación Emocional. 

Según esa encuesta de Cambridge Internacional, mas del 50% de los profesores españoles piensan que el área afecto-emocional del aprendizaje, que tiene que ver con el manejo y la expresión de las emociones, es la más afectada por la pandemia, lo que influye directamente en el aprendizaje de los alumnos. Esas emociones suelen ser la frustración, el desconcierto, la tristeza y la incertidumbre. Por eso nuestros educadores, de estudiantes desde 5 hasta 19 años de edad, se van a centrar en los próximos años, según esa encuesta fiable, en mantener un trato cercano con sus alumnos, proporcionándoles un apoyo emocional constante. Y ello a través de podcasts, videos, blogs o webinars, para acercarse a los problemas de cada estudiante. Y es que la pandemia está ocasionando secuelas, no solo físicas y en las personas mayores, sino también a juzgar por la encuesta citada, a los jóvenes de manera psicológica, que se centra en lo esencial en un estrés, incertidumbre y miedo al virus. Contra lo que nuestros docentes, preparados, por supuesto, de forma más que suficiente para ello, y me consta por el mencionado Programa Educando en Justicia, tendrán que luchar de forma conjunta y en equipo para cubrir esa asignatura que no figura en los planes educativos de nuestro país y, sin embargo, va a ser necesaria en un futuro, la “Educación Emocional”

Ahora entiendo por qué Sánchez usa tanto la palabra resiliencia como capacidad de una persona para superar circunstancias traumáticas. Pero lo que sigo sin entender es por qué un alumno/a puede pasar de curso sin estudiar alguna asignatura. Pero de eso, desde luego, no tienen la culpa los profesores, la pandemia, y ni siquiera las encuestas.