La semana pasada me tocó hacer de taxista una tarde entera, venga a echar viajes para recoger y llevar, al uno y a las otras, a sus respectivas actividades. Puestos a perder la tarde, y ya que no me iba a dar tiempo casi ni a comer, resolví matar dos pájaros de un tiro, y aprovechar para ver a trompicones una película que no le interesaba a nadie salvo a mí, como es costumbre en esta casa, y así poder verla sin los remordimientos propios de sentarme dos horas a ver una historia que ni me va ni me viene, ni tampoco era un peliculón. Quizá sea por eso por lo que he tardado quince años en verla. Es United 93, la historia del avión que el 11-S fue asaltado en pleno vuelo por los pasajeros, después de ser secuestrado por unos talibanes fanáticos, evitando así que alcanzase su objetivo terrorista, como había pasado con las Torres Gemelas.

En parte, me alegro de no haber perdido la tarde en eso. La mitad de la peli es una americanada genuina, contando minuto a minuto cómo fue el 11-S, visto desde las torres de control. Incluso algunos papeles están interpretados por las mismas personas que retratan. Para morirse. Ha pasado tanto tiempo desde aquel día de septiembre, víspera de mi examen de derecho mercantil, cuando vimos en directo un avión atravesar la segunda torre del World Trade Center, y cómo caían las dos torres con toda la gente dentro. Y hemos sabido tantos detalles, se han hecho tantos homenajes y tantos ‘memorials’, que resulta insoportable verlo otra vez. Menos mal que esa parte la vi a trozos, mientras se hacía la hora, entre carrera y carrera del taxi.

Pero la parte que salen los que iban en el avión sí es para verla. Con actores desconocidos, que refuerza la idea de personas anónimas puestas en circunstancias extremas, con sus familias, sus vidas, sus trabajos, y sus planes para seguir su vida al aterrizar. Primero, los nervios de los terroristas, cuando nadie sabe nada, disimulando mientras no llegaba ‘su hora’, preguntándose entre ellos por señas cuándo iban a comenzar el asalto. Y luego, la evolución de los pasajeros y las azafatas, que se van dando cuenta, poco a poco, de lo que ocurre, y van cambiando sus roles una vez que saben que han sido secuestrados. Pasan de la incredulidad de que algo así estuviera pasando (acuérdate de que, en aquellos tiempos, no pasaba nada grave en el mundo desarrollado, y era inconcebible algo así) a la determinación suicida de detener como fuera a los talibanes.

Con llamadas clandestinas, a través de teléfonos que ahora vemos rudimentarios, van sabiendo de otros aviones secuestrados y de la caída de las torres gemelas. Y se van organizando. Al principio a tientas, sin saber ni cómo ni con qué, pero a medida que pasa el tiempo, con cuchillos, extintores, agua caliente. Se reparten objetivos, y se apoyan hasta el final para intentar salvarse. Oye, por un momento parece que lo van a conseguir. Hasta que uno de ellos llama a casa y, aunque dice que están ya organizados, que van a hacerse con los mandos del avión, pone al mismo tiempo una mirada, en la que se le nota que sabe que lo tienen todo perdido. Me parece brutal.

Te parecerá cómico, pero a pesar de que sabes que al final se estrellan, cuando una marabunta humana de hombres y mujeres, azafatas y pasajeros, blancos y negros, atacan a los talibanes y derriban la puerta de la cabina entre todos, y mil manos, moras y cristianas tratan de coger los mandos del avión, que da bandazos para todos los lados, viéndose por la ventanilla cómo se acerca la tierra a toda velocidad, y sólo se oyen gritos y golpes, me sorprendí a mí misma hecha un ovillo esperando el milagro. La música, que enmudeció de golpe en ese momento me devolvió a la realidad.

Aparte del hilo principal, el 11-S, las microescenas, que probablemente reflejen datos reales de quienes iban en ese avión, reconstruidas a través de las últimas llamadas que fueron haciendo a sus familias, son de una tristeza indescriptible. No hay derecho.

Es inevitable pensar cómo ha cambiado el mundo desde entonces. No sólo en nuestras vidas particulares. Sin ir más lejos, mi yo de hace veinte años estaba terminando la carrera, así que fíjate lo que ha cambiado el cuento. Me refiero al golpe en el tablero que supuso aquello, y el jarro de agua fría que nos llevamos todos. Eso sí fue un cambio de guion.