El regadío intensivo de las 60.000 hectáreas que soporta el Campo de Cartagena, además de producir lechugas, ha contaminado el acuífero cuaternario con nitratos hasta límites escandalosos que llegan al Mar Menor a través de las transferencias entre ambas masas de agua (unos 8 Hm3 anuales); y ha elevado el nivel freático de aquél hasta manar de forma permanente por la Rambla del Albujón. Tal cantidad de regadíos contiene también una bomba de relojería repleta de nitratos y fosfatos en superficie que periódicamente es arrastrada por las lluvias torrenciales hasta la laguna salada. Esta es, según la mayoría de expertos, la vía principal de contaminación. El estado actual es el resultado de cuarenta años de este proceso, unido a la presión urbanística y minera de la zona.

De cómo hemos llegado a esto se ocupa, afortunadamente, la Fiscalía, a la que se le deben proporcionar todos los medios que demande. Alguien tiene que asumir la responsabilidad del desastre tras veintiséis años de Gobiernos del PP permitiendo y alentando el desarrollo de este modelo agrícola depredador.

Ahora, la cuestión es qué hacer. López Miras apuesta por mantener el modelo agrícola y tratar de eliminar los síntomas contaminantes: intentar rebajar el nivel freático y eliminar el vertido ‘natural’ del Albujón. Para ello propone bombear agua a través de pozos y directamente de la rambla. El agua así extraída, una vez desnitrificada y desalobrada, se emplearía de nuevo para regar. Plan Vertido Cero en estado puro que pretenden que pague el Estado mayoritariamente. Se trata de cerrar un circuito en el que la conexión del acuífero con la red de regadío es la clave de bóveda, presuponiendo que así se alcanzará un equilibrio perfecto. Pura ciencia, dirá el PP, pero de ficción, añadiría yo, que deja casi todos los problemas sin resolver.

No obstante, existen soluciones más sencillas y eficaces que compatibilizan actividad económica y respeto medioambiental, la creación del Parque Regional les daría la cobertura perfecta. Si hay una presión excesiva, lo lógico es que ésta se alivie, lo que implica reducir la extensión de regadío, no solo la ilegal, convertir las prácticas de cultivo y recomponer paisajísticamente el espacio con la plantación de filtros verdes naturales como el ya renombrado cinturón verde perimetral. Sencillo, pero eficaz. No obstante, la situación está ahora descontrolada y recomponer el equilibrio roto costará años. Esperemos que el caso Topillo se resuelva antes.