Hace unos días se ha sabido que a Francisco Nicolás Gómez Iglesias, Nico para su círculo más íntimo, o el Pequeño Nicolás para el resto, le han vuelto a condenar a varios años de prisión. Esta vez ha sido por usurpación de funciones públicas y no sé qué más. Lo cierto es que el chaval lleva un carrerón destacable, que le ha hecho acumular varias condenas, unas por estafa, otras por falsificación del DNI para que otro se presentase a la selectividad en su lugar, otras veces por cohecho… En general, por haberse dedicado durante un tiempo, y de forma casi profesional, a dar el pego y sacarle partido.

Sin ir más lejos, a un empresario le pidió 25.000 euros con la excusa de que le haría de enlace para unas inversiones y tal. Y el hombre se los dio. Teniendo en cuenta lo que cuesta que la gente afloje el bolsillo, desde luego, no sé de qué milongas se sirvió para convencerle. No me negarás que para eso hay que valer.

No le he seguido la pista especialmente, y hacía tiempo que no se le oía. De hecho, creía que había pasado a mejor vida, en el sentido más positivo de la expresión. Y resulta que no, que el pobrecillo continúa errante por los juzgados, varios años más tarde de sus payasadas. No me alegro de que le condenen, ya sabes que hasta el peor delincuente me da pena. Menos todavía, sabiendo cómo han sido cada una de las condenas, y los principios en los que se basa nuestro sistema penitenciario. Vamos, que no creo que ni en su casa lleguen a echarle de menos.

Como probablemente se habrá asesorado para salir de esta lo más airoso posible, le habrán dicho que se agarre a cualquier eximente o atenuante del Código Penal. Imagino que la única que le quedaba a mano era la de la anomalía psíquica, así que se ha buscado quien le certifique (no digo que no sea cierto) que algo le pasa, al pobre. Ahora sale con que tiene no sé qué síndrome, dice. Uno que le hace ser un trolero infantiloide. Y que en un momento dado ya no sabe parar la bola.

De verdad es triste llegar tan lejos, para confesar ante el juez que lo único que quería, dicho en su idioma, era ‘darse el pisto’. Qué pena de chico. Lo cierto es que la atenuante ha colado, y junto con el hecho de no tener ánimo de lucro, se ha salvado de una señora condena. Que por lo visto, después de todo, encima no le ha servido para sacar un céntimo.

Yo me pregunto cómo puede un chaval de veintitantos años arreglárselas para acceder a determinados círculos, quedar con empresarios de primer nivel, servirse de policías locales para que le escolten, alquilar una flotilla de seis o siete coches de alta gama para darse el pisto, como dice él, y hacer apariciones espectaculares en sus citas de negocios… y que su única aspiración, el único objetivo de todo eso, sea sacar la panza. Cuánto talento desperdiciado, y qué poca ambición personal. Al menos el personaje que hacía Leo DiCaprio se hacía rico a lo bestia. Este pobre diablo, a lo que aspiraba era a ser el chuleta VIP del barrio. No consigo salir de mi asombro.

Pero si te quieres reír, échale un vistazo a la última sentencia condenatoria. Es poco menos que una regañina paternalista, sólo que, en lugar de un pescozón, lo mandan a prisión. Poco tiempo para lo que podría haber sido, pero al trullo al fin y al cabo. Da risa leer en el argumentario que, si antes o después se iba a saber el engaño, muchacho, qué demonios pretendías diciendo que ibas en nombre del rey o del presidente.

Lo que yo te digo: hapuza made in Spain. Hasta para delinquir preferimos, primero, aparentar.