Los que nos hemos educado en familias razonablemente de derechas tenemos un recuerdo nítido de las noches entre semana: El Gato al Agua, en su época gloriosa con Federico Jiménez Losantos y Pablo Iglesias de tertulianos, son algo así como nuestro Heidi y Marco de los 2000. El momento de distracción a golpe de ‘comunistas facinerosos’ que todo el mundo necesita para dormir como un bebé ante la jornada que se avecina.

Los buenos tiempos mediáticos de la derecha eran la antesala de los malos tiempos electorales de la izquierda. Cuanta más alianza de civilizaciones, más memoria histórica, más gasto público sin desenfreno y más ‘miembras’ del Gobierno de tour mundial había, más audiencia en Intereconomía y más radios con la Cope sintonizada a la hora de la homilia del insulto.

En contra de lo que creen los tuiteros y presentadores de La Sexta, el humor, la sátira y la crítica descarnada son de derechas. Mucho antes de que El Jueves hiciera portadas cuyos efectos no sobreviven ni a un Primperán, los medios conservadores ya habían recibido demandas de medio Gobierno central y de Gallardón, que a los efectos de entonces, por si su imagen de ministro les distorsiona, era para muchos el pepero infiltrado del Zapaterismo. Si el apelativo de Marqués de Galapagar o de Falconetti nos asombra ahora, busquen en Google los apodos de Leire Pajín o Ángeles González Sinde. Me autocensuro para poder seguir molestándoles cada miércoles, pero ya se hacen cargo de la idea.

La historia triste del reinado cultural de la derecha, para sorpresa de nadie, surge en cuanto tocaron poder nacional. Ante la alternativa de o bien reforzar a los nuestros para perpetuarnos, o bien rogar el perdón de los contrarios para que nos hagan la pelota los que sólo quieren matarnos, un sector ya extinto del PP prefirió el harakiri. Es condición humana hasta comprensible el querer que a uno no le llamen bestia inmunda en televisión, pero la comodidad personal de un personaje no puede sustentarse a costa del machaque indiscriminado a los demás.

Desde que Ferreras y La Sexta Noche se convirtieron en los referentes nacionales de la política, y por ende en los que marcan la agenda mediática sin discusión, la derecha entró en una crisis de reputación que ya no ha tenido parangón. ¿Hubiera habido moción de censura a Rajoy si en vez de Al Rojo Vivo hubiera sido 13TV la que marcase la agenda? ¿Habríamos visto cómo el PSOE de los ERE pasaba sin pena ni gloria por su mayor caso de corrupción si los tertulianos de referencia fueran los de EsRadio y no un Antonio Maestre cualquiera? El poder mediático influye, pero el poder institucional cuesta.

Hace apenas unos días un periódico digital de tirada nacional anunció que Marcos de Quinto, ex diputado del Ciudadanos riverista, está fraguando una televisión de derechas que aspira a volver a aquellos tiempos en los que la izquierda estaba tan preocupada por la opinión de El Gato al Agua como la derecha lo está ahora por el análisis de la factoría Newtral. Una televisión moderna, de guerras culturales, de decirle basta a la izquierda, de fraguar líderes, de generar corrientes de opinión, de ganar Twitter y, mucho más importante aún, de dominar la calle y el relato.

Si este proyecto fructifera, y tiene todos los ingredientes para hacerlo, podemos dar por iniciado un nuevo ciclo político imbatible para la derecha española. Si de los hippies de los 60 pasamos a Tatcher y Reagan, que se prepare Ferreras que llega Federico. En fin, que viva España. Qué divertido es ser de derechas.