Suena el timbre y me encuentro con la grata sorpresa de que, al otro lado de mi fortaleza, es mi vecina quien no solo se conforma con intensificar el ritmo de tocada del timbre; además golpea con los nudillos la puerta a ritmo de samba barata. Nada más abrir la puerta, sin buenos días ni protocolo, me pregunta que si sé lo qué es un insta. Creo no haberla oído bien y hago que me lo vuelva a preguntar y un poquito más despacio porque, claro, entre el ritmo del abanico y que en el bolsillo del delantal lleva la radio al volumen de su incipiente pérdida de oído, no estoy muy segura de qué quiere saber. ¿Qué es un insta? me vuelve a decir deletreando una por una las palabras. Le explico que creo que se refiere a una aplicación del móvil, que sirve para comunicarse con el resto del mundo a base de imágenes y texto, y también a través de mensajes privados. Entra y se sienta. La observo meditar y sonríe. Menos mal que te tengo cerca, Lucía, me dice con la boca de oreja a oreja. Y me siento por no caer en duro cuando me explica que su temor era que su mediano estuviese metido en algo malo. Sublime.

Dicen que es la flor más antigua de la tierra. Dicen que las abejas, cuando aparecieron, no se atrevían a polinizarla. Dicen que con sus pétalos se hacen esencias que sirven para todo… para todo (jé).

Dicen que duran muy pocos días. Dicen que no se deben cortar porque mueren.

Al Itinerante le suele surgir una cierta envidia de aquellos viajeros de los siglos XVII y XVIII que dieron a conocer tierras, costumbres y plantas. Hace mucho tiempo, recorrió todo Centroamérica durante un verano. Setenta días inolvidables. Lo primero que le sorprendió fue, lejos de la idea de encontrar paisajes áridos, que había valles que se parecían a los del norte de España. Había una vegetación abundante de árboles que le resultaban desconocidos.

Hubo un investigador francés, Pierre Magnol, que estudió especialmente un árbol y una flor que le fascinó. La costumbre decimonónica hizo que se bautizara a ese árbol con su apellido: Magnol= Magnolia.

Inmediatos al Museo de la Ciudad de Murcia hay dos ejemplares. En estos días están floreciendo. Y merece la pena pararse un momento y mirar las flores. Y si se lleva una buena cámara está bien hacer unas fotos.

No tengo a gala haber llegado al mundo a los acordes broncos de las bombas de Hiroshima y Nagasaki (agosto de 1945), con España en plena posguerra, pero es un hecho. Cuando la primera oleada de los baby boomers españoles llegaba al uso de razón hacía furor aquí y en Francia Be my baby ( Tú serás mi baby), una gran canción popularizada en 1963 por Los Surfs. Son dos modos de descubrir el mundo, claro. El ministro Escrivá, un baby boomer que ha señalado con el dedo a sus coetáneos generacionales para endosarles la reforma de las pensiones, podía haberlo hecho tarareando la canción. Como el mensaje no fue bien recibido (el sensor de votos que hay en el Consejo de Ministros debió de sufrir una caída en picado) tuvo que ser rápidamente desmentido. Pero, echada la carta al tapete (y ya era hora), el modo honesto o no de desarrollar el juego medirá la responsabilidad de este Gobierno.