Incluso más que en años anteriores, este 2021 todas las informaciones relacionadas con la verbena de San Juan se centran en la prevención y el control del desenfreno. Es comprensible teniendo en cuenta la situación pandémica que aún estamos viviendo, pero si se hace el esfuerzo de obviar la presencia del covid, hay que admitir que habitualmente el foco se pone más en la parte negativa que la positiva de una fiesta que las autoridades siempre han intentado controlar. Lo cierto es que solo lo han logrado parcialmente porque la celebración de la noche más corta del año siempre se ha asociada con el desenfreno.

Bueno, decir ‘siempre’ al hablar de historia es mentir, porque todas las tradiciones son inventadas y tienen un origen. El historiador Xavier Cazeneuve, uno de los autores del libro La nit de Sant Joan a Barcelona, explica que las primeras pruebas documentales de la celebración de esta fiesta en la ciudad catalana datan del siglo XV. En aquella época el protagonismo era para los consejeros municipales, que se paseaban a caballo por las calles acompañados de un grupo de músicos mientras los cañones de las murallas y de las galeras fondeadas en el puerto los saludaban con salvas.

En el siglo XVII ya eran habituales las hogueras y la pirotecnia. Albert García Espuche, estudioso de la Barcelona de 1700, descubrió que en las droguerías (que eran los comercios con más variedad de productos de la ciudad de la época) vendían desde petardos hasta cohetes. Aparte, en la documentación detectó prácticas sorprendentes, como que se disparaban estos cohetes de un campanario contra otro. Además, explica García Espuche que entonces los vecinos ya se quejaban de los niños que tiraban petardos demasiado ruidosos.

Poco a poco fue creciendo la percepción de peligro y las nuevas autoridades borbónicas intentaron controlar la fiesta aunque sin demasiado éxito. En 1758 se regularon las hogueras y en 1820 se prohibieron. No solo por San Juan sino también para las verbenas de San Pedro y San Pablo, también muy populares entonces. Fue inútil. La gente continuó celebrando la noche con llamas y pólvora. A pesar del descontrol de una fiesta de aquellas características, Cazeneuve destaca que no solía haber disturbios ni incidentes graves. Y eso no es poco en una ciudad como Barcelona, que se ha ganado el apodo de la Rosa de Fuego.

A mediados del siglo XIX, con el crecimiento de la capital catalana, proliferaron las verbenas populares. Uno de los principales puntos de encuentro de los grupos era la explanada en la zona cercana a la Ciutadella. Allí se comía y bailaba al son de la orquesta. Parece que esta es una de las razones por que a la hora de urbanizar la zona, la nueva vía fue bautizada como paseo de San Juan. Otro de los lugares que tenían mucho tirón era la montaña de Montjuïc, donde había lugares muy populares como la Font del Gat.

Cuando, a raíz de la Exposición Universal de 1929 se instaló la Font Màgica, la gente se empezó a concentrar en esa zona, aunque en realidad en todas las calles y barrios había fiesta. El antropólogo Manuel Delgado señala que niñas y niños eran parte crucial de aquellas verbenas, porque se encargaban de preparar las hogueras con las maderas y muebles viejos que iban recogiendo. También señala que con la desaparición de los críos de las calles, que antes eran su principal espacio de ocio fuera del horario escolar, la fiesta perdió uno de sus principales engranajes para mantener el pulso vital que la convertía en lo que los estudiosos llaman un espacio de sociabilidad informal. O sea, un lugar donde divertirse, pasarlo bien y quién sabe si encontrar el amor.

Además, el incremento de la presencia mayor del coche en las calles, sumado a otros elementos que favorecían que la gente se quedara en casa, como la televisión, fue influyendo en la transformación de una fiesta que ahora ha trasladado su epicentro a las playas.

Cabe decir, sin embargo, que esto tampoco es nuevo, porque el 24 de junio se consideraba el inicio de la temporada de baño. Después de la noche de fiesta, la ciudadanía mediterránea celebraba San Juan yendo al mar. A finales del siglo XIX las playas eran el lugar preferido para dar la bienvenida al verano.