Me reconozco en las personas que no gustan de dejarse arrastrar por la corriente, ni avanzar por el camino fácil, ni arrimarse al árbol que más conviene, ni velar por los intereses propios antes que por las convicciones. Creo que no hay nada peor que el egoísmo y el oportunismo, me declaro amigo de la gente leal y fan entusiasta de la gente generosa.

Por eso hoy voy a dedicar estas líneas a la alcaldesa saliente de Cartagena, mi vecina Ana Belén Castejón Hernández, en la tranquilidad de que ya nadie me podrá acusar de ir buscando un puestesico. Pese a ser de Pozo Estrecho, por suerte, Castejón ha compaginado sus declaraciones de orgullo galileo con sus políticas de preocupación efectiva por todo el amplio y variado término municipal, conocedora de las seculares deficiencias de reparto de inversiones, infraestructuras y servicios en los barrios y en las diputaciones cartageneras. Al mismo tiempo, nadie podrá negar, más allá de aciertos, desaciertos y tareas pendientes (de las que otro día podremos hablar), que se ha dejado la vida, con una desbordante capacidad de trabajo y gestión, en su querida ciudad de Cartagena.

En una visita del colegio a la Asamblea Regional, sus maestras recuerdan que estuvo defendiendo sus ideas en una intervención cargada de convicción y locuacidad que pasmó a todos. Muy flamenca ella, con 10 años ya había embarcado a sus amigas para presentarse a un programa de televisión a cantar El brujito de Gulubú y ahí las tenía a ellas por las tardes ensayando sin descanso. Luego, en sus estudios universitarios de Derecho, destacó en la Asociación de Jóvenes Juristas y posteriormente cofundó, animó y dirigió las Juventudes Socialistas.

Ana y yo nunca hemos sido amigos ni todo lo contrario, así que creo que mis opiniones sobre la mujer que ha dirigido la Trimilenaria con decisión estos últimos años deben ser consideradas cercanas a toda la objetividad que cualquier opinión subjetiva puede dar de sí. Bien es verdad que conocí y traté a su abuelo, Antonio El Carpintero, un vecino ejemplar al que siempre admiré, de entrañable conversación cada vez que yo iba a que me hiciese algunos bastidores para pintar y él se mostraba muy interesado por mis obras o en cómo llevaba la recuperación de las pinturas murales de la iglesia. Conozco también a su madre, la maestra Loli, directora del colegio durante años, de la que ha heredado capacidad de liderazgo y tesón; y conozco a sus amigos y a toda la gente de su peña «A ti qué te importa», muy activa y creativa desde que eran unos adolescentes en las Fiestas de Primavera del pueblo.

Me consta que, desde fuera, Ana Belén Castejón ha podido dar la impresión de protegerse con un escudo, pero su cercanía y sonrisa desbordantes en los actos públicos tienen poco de pose aprendida, sus amigos y colaboradores coinciden que ella es así de entusiasta, siempre natural y sincera. Yo recuerdo que después de pasar de niña por mis clases de pintura, ella, de culo inquieto y con ambiciones culturales, estuvo en los grupos de teatro locales. Recuerdo verla en algunas obras haciendo de pareja con su amigo David Martínez Noguera y, aunque representaba con solvencia su papel, nunca destacó en el teatro como sus amigos Víctor Romero, Olga García o Carolina Álvaro. Sabemos que no hay personaje público que no tenga detractores, sobre todo si hace cosas y no pasa desapercibido, y Castejón tiene sus enemigos que no le perdonan no haberla podido manejar; pero entre sus cosas a mejorar no está la pose, la falsedad, la prepotencia ni el ir a su avío. De otra manera no habría aguantado, pese a todo, aquellos dos años de pacto con Movimiento Ciudadano y estos dos de ejemplar cohabitación con Noelia Arroyo y Manuel Padín.

Hasta sus mayores adversarios deberían reconocerle a Castejón su incansable capacidad de trabajo, mucho más allá de lo exigible en su puesto y hasta de lo humanamente explicable. Su aparente menudez física esconde una fortaleza que tumba, rendidos, a todos cuantos trabajan a su lado. Puede que su mayor mérito sea la exigencia que se impone a sí misma y que también pide a los demás. Me dice la gente cercana a ella que en estos años no ha tenido días de descanso, ni ha viajado como hizo Ayuso los otros días con su novio a Palma de Mallorca; ella apenas se ha permitido tan sólo unos días en su casa de la playa, trabajando mirando al mar, pero trabajando. Tiene la suerte de estar casada con alguien como David Rubén Navarro, con el que comparte caminar desde los 14 años, en una relación igualitaria llena de apoyo mutuo, comprensión y reparto de papeles en casa y con los dos pequeños. Me cuentan que ella gustaba de dormir con los niños porque muchos días llegaba cuando ya dormían y se iba cuando aún no habían despertado.

Su energía tal vez le viene porque come como una lima, aunque todo lo desgasta; le gustan las comidas contundentes y reconocen sus amigos que tiene mano para la cocina, sobre todo para la de cuchara. Es famosa en el Ayuntamiento por llevarse el táper de su madre o de su abuela, a la que adora, para no perder tiempo en salir a comer.

Su apuesta por la arqueología y el patrimonio, su preocupación por los barrios y diputaciones y, sobre todo, su impecable gestión de la pandemia, que la podría haber hundido. Ella misma reconoce que no ha dado fruto su intento de poner en la misma mesa a todas las Administraciones para solucionar lo del Mar Menor y aún no ha sabido resolver el problema de San Ginés de la Jara. Pero algún día Cartagena agradecerá, del todo, el haber tenido a esta polvorilla incombustible, decidida, accesible, trabajadora, generosa y algo cabezota a su servicio. Lástima que la actual dirección del PSOE la dejara perder. Castejón reconoce que se equivocó, por la premura, en no consultar sobre el pacto que la ha mantenido en la alcaldía. Ella habría estado más tranquila, sin duda, cobrando el sueldo desde la comodidad de la oposición. De sus cuarenta años, la mitad los ha entregado al PSOE, al que levantó después de años y años de descalabros en Cartagena y por el que ha hecho mucho más de lo que probablemente nunca hagan algunos de los que se apresuraron a pedir su cabeza. Lo que es verdad es que ella sigue considerándose socialista y pardiez que lo parece.

Ana Belén Castejón Hernández es un animal político, fuera de toda duda, y su partido (ex) aún está a tiempo de reconstruir los puentes con ella y su equipo. La vida da muchas vueltas, pero Cartagena y la Región no pueden desaprovechar a una persona con su capacidad de trabajo, de gestión y de lucha, ni prescindir de políticos con su transparencia (mira que le tienen ganas y le han buscado cosas). Que algunos la hayan querido crucificar, como a Jesucristo, a mí me la hace más interesante. Y ¡qué decir de sus leales, eficientes y entregados colaboradores de su grupo municipal! Son de lo mejor de cada casa del PSOE local y no abandonaron un barco que finalmente no se ha hundido.

Me dicen que ella acaba de jubilar a su ‘bala roja’, después de veinte años de recorrerse con ese coche toda la geografía de la Región, desde sus tiempos de Juventudes Socialistas. No sé qué auto se buscará, pero, pese a lo que ya venden sus enemigos, no la veo esclava del coche oficial ni supeditada a dejarse llevar. Yo creo que a esta mujer le queda mucha cuerda aún y la veo con ganas de empezar «como si fuera la primera vez», como lo hizo Pedro Sánchez tras ser depuesto.

Por lo pronto, sus amigas están deseando recuperar el tiempo perdido con ella, poder quedar para cenar juntas, como en los viejos tiempos, en la bodega de alguna, «la gente no se imagina lo divertida que es Ana», me dicen Olga y Carolina, «eso sí, hay que apagarle el móvil porque no descansa, siempre dirigiendo».

El ayuntamiento de Cartagena, en estos tiempos de crispación y polarización, está dando el ejemplo de anteponer los intereses de la ciudadanía a los propios, y la estabilidad al caos y al ‘viva cartagena’ con minúsculas. Creo que estos son los pactos que demandan y entienden los ciudadanos: que los políticos, sobre todo en circunstancias excepcionales, busquen confluir en un programa por un bien superior. Todos deberían aprender, también Casado.