He de decirte que me pilla muy lejos, y me importa de verdad poco qué pase finalmente con el ‘prusés’, una vez que tengo claro que la moda independentista ya ha pasado a la historia como la ocurrencia friki e inoportuna que tuvieron cuatro flipados. Un teatrillo hecho a la medida del hombre ese del pelucón, el que se fue a Waterloo a vivir del cuento. Pero también tengo claro que, de concederse el indulto a los golpistas o cualquier otra medida de igual efecto pero con otro nombre, probablemente yo, ciudadana anónima, no me enteraría de nada.

Y así, precisamente, como ciudadana anónima, he escuchado con alivio cómo el Tribunal Supremo recolocaba el sentido común en su sitio, al dar dos guantazos a la idea de conceder un indulto a quienes no son más que una pandilla de delincuentes, aunque no tengan la pinta de malhechores, o de piratas, que se nos viene a la mente cuando hablamos de delincuencia. Tanto había oído lo de presos políticos, que había llegado a parecerme inevitable la posibilidad de verles por la calle cualquier día, vestidos de bonito y presumiendo de demócratas. Dando lecciones, encima.

Con independencia (perdón por la broma) de si se cumplen los requisitos para conceder el indulto, que ya ha dicho el Tribunal Supremo que ni de lejos, está la conciencia social de qué es el delito, y qué consecuencias trae el hecho de cometerlo.

En derecho penal se habla de la función de ‘prevención general’ que cumple en la sociedad la imposición de la pena al sujeto infractor: cuando la colectividad ve cómo se aplica la pena, de forma inexorable, a quien infringe la ley, es más consciente de que la ley no es algo etéreo sobre lo que podamos debatir, sino que tiene un efecto real en quien se atreve a incumplirla. Colectivamente se produce lo que el saber popular denomina poner las barbas a remojar.

Y aunque creo que nadie se alegra de ver a uno de sus semejantes entre rejas (salvo esos elementos defectuosos, que no deberían salir nunca de allí), y es verdad que hay una conciencia colectiva que sabe que detrás de cada preso, hay una historia personal que merece, al menos, la posibilidad de redención, no debemos confundir esa recuperación moral con el hecho de recurrir a trampas cuya única finalidad es no cumplir la consecuencia legal de un hecho que, por suerte o por desgracia, está considerado como un delito.

Como estamos en época de exámenes, me resulta inevitable comparar a los presos del ‘prusés’ con esos alumnos que, tras todo el año copiando, quieren que les aprueben por la cara ¿cómo van a compararse con quienes llevan todo el año arañando el cinco, y lo consiguen, por sus méritos y por su esfuerzo?

Resulta fatalmente chistoso pensar que el premio del indulto no sea para quien, habiendo delinquido, se haya ganado con su esfuerzo personal, con la evolución de su conducta, y por la necesidad de sus circunstancias, el premio que supone salir a la calle y volver a empezar.

Es más bien un insulto, no sólo al resto de presos, sino al resto de ciudadanos que nunca han pisado ese sitio, y que cumplen la ley llueva o truene, que el premio por no cumplirla sea para los delincuentes.