Se ha dicho y, con razón, que la actual pandemia que está sufriendo la humanidad es la crisis más grave desde la última gran guerra (la segunda mundial para todos o la última de turno para muchos países en conflicto). El día de la victoria está cada vez más cerca y parece que al frente aliado de las vacunas se ha unido, en salvaguarda de la civilización, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, que ha anunciado la suspensión de las patentes para que sus vacunas puedan ser fabricadas por cualquier país y compradas a precios mucho más accesibles. Quienes vivimos en el primer mundo acomodado, acostumbrados a quejarnos por cualquier minucia, los sufrimientos provocados por el coronavirus se nos están haciendo insoportables: enfermedad, dolor, familiares fallecidos, colapso hospitalario, restricciones para la movilidad, hundimiento de las actividades culturales, casi desaparición del ocio, crisis económica y comercial… Todos estamos deseando salir de ésta y parece que ya empezamos a vislumbrar el horizonte.

Negociar con la muerte. No podemos hacernos una idea, por mucho que sigamos los medios de comunicación, de lo que están sufriendo los países empobrecidos de África, Sudamérica o Asia. El caos que estamos viendo en Brasil o en la India, son sólo un botón de muestra de lo que está sucediendo en el planeta, por eso nos cae como agua de mayo el anuncio de Biden (menudo cambio respecto a Trump). Es repugnante que también las pandemias, como las crisis económicas y las guerras, sirvan para que unos pocos se hagan multimillonarios y el resto sufra recortes, restricciones, desahucios y empobrecimiento. Son muchas ONGs, muchos colectivos y muchos países los que vienen reclamando esta solidaridad internacional, para que la ciencia se ponga al servicio de la humanidad y no de la minoría de los poderosos.

Aunque solo fuera por egoísmo deberíamos aplaudir y secundar esta valiente iniciativa norteamericana, puesto que no habrá manera de superar esta pandemia si no protegemos a todos, sean del país que sean. O nos inmunizamos todos o ya nos podemos olvidar de la vuelta a la normalidad, de nuestros viajes de ocio o comerciales, de recibir cruceros y turistas, de que otros países estén en condiciones de comprar nuestros productos, etc.

Esta semana he visto Sueños de Senegal

Un magnífico documental en La 2 que alterna la vida de algunos inmigrantes venidos a España y cómo viven sus familias o amigos en su país de origen. Me acordaba de todas esas consignas xenófobas que se pasan por wassap los simpatizantes de la ultraderecha: «Que se queden en su país», «vienen a quitarnos lo nuestro», «no son tan pobres porque vienen con buenos teléfonos móviles», etc. El documental nos enseña cómo todos estos jóvenes, como sus padres, vivían de la pesca artesanal y tras la llegada de inmensos barcos de pesca industrial, provenientes de China, Europa y, sobre todo, de España, se habían quedado sin trabajo, en unos pueblos que no tienen electricidad ni agua corriente y que ven a Europa como su particular El Dorado.

Los europeos, los españoles, que hemos conquistado tierra o emigrado a otros continentes para enriquecernos, subsistir o huir de guerras, deberíamos comprender muy bien lo que les pasa a estas gentes. Ellos pescaban con cayucos en un año lo que un pesquero español en media jornada y ahora los cayucos los emplean para huir hacia un mundo que creen maravilloso porque en las pelis ven que todo son mansiones, tecnologías y cochazos.

Sé que todo aquello de la lucha de clases y la clase obrera ya nos suena muy pasado de moda. Tal vez a nosotros nos pasa como a estos soñadores de Senegal, que también nos creemos que aquí toda la gente, sea de la familia que sea y haya estudiado en el colegio que haya estudiado, tiene las mismas posibilidades de prosperar, pero lo cierto es que la cosa no es tan fácil y por eso hay algunos empeñados en utilizar sus mejores armas para que todo siga igual porque a ellos les va muy bien.

Para conservar el status de los acomodados, ya no hace falta recurrir a aquellas cosas del látigo y los grilletes contra los esclavos, sí ya sabéis: aquello que creemos que sólo pasaba en las plantaciones de algodón americanas, tal como vimos en Raíces. Lo cierto es que en España la esclavitud también existió en los cortijos y en las minas, donde trabajaban y morían los niños. Pero, claro, no nos gusta recordarlo ni que nos lo pongan en las películas españolas, preferimos ver el cine americano, cuyas guerras, luchas contra la mafia, exterminio de indios, denuncia de la esclavitud o el KKK, no nos hace mirarnos a nosotros mismos.

Y no, no estoy hablando del pasado, aunque la memoria histórica, por mucho que les moleste a algunos, es aún una asignatura pendiente. Estoy hablando de presente porque es un escándalo que tenga que venir el ministerio a destapar el atroz abuso y, en ocasiones, casi esclavitud, que aún hoy algunos mal llamados empresarios o empresas de contratación, ejercen contra los trabajadores del Campo de Cartagena, casi siempre extranjeros.

Divide y vencerás. Lo que no falla es la fórmula que siempre usa el poderoso contra los débiles: pasaba con los indios o con las tribus africanas, a quienes se incitaba para que se enfrentasen entre sí, para poder dominarlos, y sigue pasando hoy cuando se manipula, a través de los medios y las redes sociales, para que los que tienen trabajos precarios y sueldos de miseria vean como enemigos a los otros pobres, a los inmigrantes o a quienes quieren hacer una política social. No hacen falta látigos ni cadenas, basta con controlar las cadenas de televisión, con tener miles de perfiles falsos en las redes y con mandar muchos wassap y muchos memes contra el chivo expiatorio de turno: Zapatero, Sánchez, Iglesias, los sindicalistas, el mismísimo papa Francisco o cualquiera que les remueva la tranquilidad del rebaño y las cosas como siempre han sido. El poder, que siempre es económico pues la ideología y las banderas las usa para engatusar a los incautos, casi siempre consigue lo que quiere. Todo el mundo tiene su precio y si no lo tiene, pues campaña de difamación al canto. Es muy significativo que hasta el más tonto crea saber los guardaespaldas que tiene Iglesias y nadie se interese por saber los que tienen los ex vicepresidentes de Rajoy o Aznar.

No hay justificación para la persecución personal, sin piedad, que se ha realizado a Pablo Iglesias, aunque hubiese cometido el triple de errores y hubiese tenido el triple de incongruencias. Lo hayamos votado o no, nos haya fallado en algún momento o no, hay que reconocerle, con sus compañeros de Podemos, una contribución que quedará para la historia de la democracia española, con errores y aciertos, sin duda, pero mucho más significativo que lo que nunca harán los que han dirigido su caza.

No sé si ya se habrá pasado del todo el tsunami iniciado en nuestra Región de Murcia y que se ha desbordado en las elecciones de Madrid, pero hasta el presidente del Consejo Europeo acaba de decir que «hay que lograr un consenso como el de después de la Guerra Mundial», y en España es urgente hacer una tregua, dejar de batallar y ponerse todos a remar en el mismo sentido. Ojalá Ayuso cumpla eso de que quiere gobernar para todos, y crucemos los dedos para que no cumpla su amenaza de que va a seguir dando caña al Gobierno. Cañas para todos, vale, pero los Gobiernos autonómicos y el central tienen que ponerse en modo colaboración para la reconstrucción. Por cierto, el presidente del Consejo Europeo se llama Charles Michel, es belga como Tintín y nos representa a usted y a mí, aunque tal vez no sabemos su nombre porque no ha sido señalado como ‘objetivo’ ni corre como un chivo por el wassap.