Un ‘algo’ difícil de definir nos ha acompañado a todos y cada uno de nosotros durante este, hace ya un año, nuevo modo de vivir. Ese ‘algo’ ha sido diferente para cada cual: preocupación por nuestra salud física o mental, por la de nuestros seres queridos, incertidumbres económicas, sentimientos de soledad, miedos, etc. Al igual que para nosotros los adultos, para los niños y adolescentes, este ‘algo’ también ha venido cada día a clase dentro de sus mochilas.

¿Tiempos difíciles o tiempos únicos? Cada tiempo es único, al igual que cada alumno también es único e irrepetible. Cada año escolar, el inicio de curso ha estado siempre lleno de grandes ilusiones, expectativas y nuevos desafíos, tanto para alumnos como para profesores.

En este comienzo de curso esas ilusiones de nuestros alumnos estaban constituidas, al igual que en años anteriores, por el simple hecho de poder volver a ver a sus compañeros, jugar con su mejor amigo o conocer a sus nuevos profesores. Pero a los nuevos desafíos académicos que cada curso supone para los alumnos se habían unido otros nuevos y ‘únicos’: saluda a tus compañeros, pero a dos metros de distancia; puedes jugar con tu mejor amigo, pero no puedes tocarle ni abrazarle, y conoce a tus profesores, pero por encima de una mascarilla.

En un principio se prestó mucha atención a la planificación de cómo deberíamos dar la bienvenida a los niños a la escuela después de, para la mayoría de cursos, seis meses fuera del colegio. Una cultura de cuidado se concentró en el bienestar emocional de los estudiantes en lugar de apresurarse directamente a la enseñanza normal del día a día desde el primer momento.

Cuando una persona no se encuentra segura, estable emocionalmente es difícil que pueda centrarse en la adquisición de conocimientos. La función neurológica emocional es siempre más importante que la cognitiva. Este cuidado emocional no es que sea algo nuevo que se está llevando a cabo ahora dadas las circunstancias, siempre ha estado muy presente, lo que marca la diferencia con tiempos pasados es que en estos momentos se ha hecho más evidente y necesario, apreciándose un aumento en el número de demandas de ayuda por parte de toda la comunidad escolar: alumnado, padres y profesores. Comprometernos a brindar apoyo a nuestros estudiantes para asegurar que se beneficien de las mejores oportunidades de aprendizaje y desarrollen su confianza, es clave para garantizar que acceden al mismo de la mejor manera posible.

Por este motivo se hace más necesario que nunca que ‘emocionemos’ a nuestro alumnado con sus aprendizajes; debemos despertar en ellos emociones positivas a través de experiencias positivas, fomentar su curiosidad por el mundo que les rodea y hacerles sentir la alegría de aprender, para así tratar de compensar todo aquello que las restricciones les están limitando.

A todos nos sorprendió la facilidad con la que los niños, sobre todo los más pequeños, se adaptaron a esta nueva situación: el uso de mascarillas, el distanciamiento social, actividades “divertidas” limitadas, etc. Pero todo esto, ha requerido que la comunidad escolar al completo, trabajemos para desarrollar más aún las habilidades que apoyan la resiliencia y la fuerza emocional para asegurar que los estudiantes aprovechan sus oportunidades académicas. ¡Y lo están haciendo, vemos como cada día, a pesar de las limitaciones, a pesar de las incomodidades, nuestros pequeños están aprendiendo! Y es gracias al trabajo titánico y la entrega incondicional de padres y profesores a la hora de remar en la misma dirección.

Conmueve especialmente la situación de los adolescentes. Adolescencia, ese período de nuestras vidas tan confuso de por sí, para la mayoría de nuestros adolescentes en los tiempos actuales se está viendo diezmado de la parte esencial y más significativa para ellos: la relación con sus iguales, la búsqueda de emociones, el disfrutar de las primeras libertades, los abrazos interminables durante los recreos unos sobre otros, los primeros amores, etc. Sin embargo, siguen teniendo las obligaciones de los estudios, la presión de las notas en ciertos cursos decisivos y para colmo, durante el fin de semana, ¡sobredosis de padres!, esas personas de las que el cerebro adolescente dice que hay que huir y buscar a los iguales. Por lo que necesitan, ahora más que nunca, de todo nuestro apoyo, comprensión y que les abracemos, sobre todo cuando peor se porten o creamos que menos lo merecen, porque será cuando más lo necesiten.

Involucrar a la familia ha sido y está siendo de vital importancia en la escuela. Mantener el contacto y el diálogo con los estudiantes y sus padres resulta muy beneficioso, ya que les permite sentirse apoyados y fortalece la relación de confianza entre la escuela y la comunidad de padres. Poder compartir progresos y necesidades de los alumnos, mostrar flexibilidad en las exigencias según las circunstancias familiares, mantener la conectividad online en los momentos necesarios y ofrecer la provisión del apoyo adecuado, están siendo elementos clave que ayudan al profesorado a construir una relación sólida con los padres; este continuo diálogo bidireccional es lo que está permitiendo trabajar para apoyar a nuestros estudiantes durante estas difíciles circunstancias.