La biografía de Twitter de José Ballesta rezaba así: «Si me escribes, te contestaremos. Si me ves por la calle, párame y hablamos».

El alcalde Ballesta era populista en el sentido estricto del término. Un señor, con todas las letras de la palabra, que entendía que su jornada laboral no empezaba al cruzar las puertas de su despacho de La Glorieta, sino en el trayecto andando desde su casa hasta el Ayuntamiento. Cuando en la séptima ciudad de España el alcalde es capaz de acordarse del nombre del pariente más lejano de cualquier murciano, que sabía que cada mañana podía cruzarse con él y pararle durante media hora para exigirle desde cambiar la bombilla de una farola hasta aminorar el tráfico, quizás es que por fin habíamos encontrado a un político que sabía que el servicio público implica, de manera literal, servir al público y no a uno mismo.

Llevamos muchos años reclamando que nuestros representantes públicos sean ejemplares, miembros de la sociedad civil con cierto reconocimiento y no arribistas de la política que pasan del paro al coche oficial y, por ende, del coche oficial al paro.

La biografía de Ballesta la conocen de sobra, pero merece la pena reiterarla después de todo. Hasta el jueves pasado nuestro alcalde era un catedrático de Medicina de la Universidad de Murcia, a la postre rector de la misma, consejero de Universidades y otras muchas responsabilidades y, por fin, alcalde de Murcia. Alguien a quien en 2015, cuando se presentó por primera vez a la alcaldía, los murcianos conocían y reconocían por su trayectoria de servicio a los murcianos. Alguien a quien respetaban porque se hacía respetar.

Murcia, gobernada por el Partido Popular desde hace más años que el sol, ha cambiado en estos seis años más que en los 21 restantes que llevo con vida. Murcia Río, la peatonalización de Alfonso X, entender que podemos ser un reclamo turístico si transformamos meras rotondas como la Plaza Circular en auténticos espacios de ocio en los que los murcianos desean pasar y hacerse fotos para enseñar a los demás.

Somos una ciudad moderna, ambiciosa, bonita y con potencial para competir como siempre debimos hacerlo. Ballesta ha sido un grandísimo alcalde, y su equipo, de entre los cuales tengo que destacar a Pepe Guillén por obligación moral y personal, han sido referentes de gestión en toda España desde el mismo día en que tomaron posesión.

Las mociones de censura son instrumentos legítimos, y todos los partidos políticos tienen derecho a presentarlas y aprobarlas si tienen los números para ello. Los murcianos habrían entendido a la perfección (si bien quizás no compartido) que se hubiera presentado una moción justificándola en que la personalidad de Ballesta dificulta mucho compartir éxitos en un gobierno de coalición, o que el PP mantiene el deje de la mayoría absoluta y no ha sido capaz de dejar espacio a sus socios estando en minoría. Ambas razones son ciertas, y ambas son razones más que suficientes para cambiar el color de una Corporación.

Lo que es totalmente injustificable es que se haya intentado (felizmente no conseguido) ensuciar la reputación de un político honrado y ejemplar, sobre el que no cae ni una sola investigación ni imputación judicial, para justificar desbancarle por motivos ajenos al estado o a la ejemplaridad que se exige en nuestra ciudad.

Que el imputado Diego Conesa haya conseguido colocar a su alcalde en Murcia basándose en la regeneración democrática cuando medio partido suyo está pendiente de juicio es una aberración de un calibre inconmensurable. Y una vergüenza que pagará en las urnas con todo el castigo que merece haber acometido una injusticia de un calibre que nadie que respete a Murcia le perdonará.

Pepe Ballesta ha sido un grandísimo alcalde de Murcia. No merecía acabar su mandato en una negociación oscura y egoísta en despachos. Él lo sabe y el nuevo equipo de Gobierno también.

Cuando dentro de dos años todos los que ahora mandan retornen a la oposición, que recuerden el día en que la Plaza de Belluga irrumpió en aplausos ante un hombre bueno al que ellos expulsaron egoísta e injustamente de su puesto.

Cuando ellos, los ahora regeneradores, vuelvan con desvergüenza al paro, que perdonen a los murcianos si nadie se levanta a despedirles. No será porque lo merecieran.