Recuerdos del Catecismo: «Se puede pecar de pensamiento, palabra, obra y omisión». Si lo recuerdo yo, ¿cómo no lo va a recordar Alberto Castillo, cuya profesión de fe católica es pública y pregonada? Sin embargo, ha dicho que está pensando si se abstendrá en la votación de la moción de censura contra el Gobierno regional que empieza a debatirse hoy. Es decir, para la doctrina de Cs, partido al que pertenece, ya ha pecado de pensamiento, palabra e intención de omisión, a falta de pasar a obra. Es extraño que a estas horas no le hayan abierto un expediente de expulsión como a tres de sus compañeros que están decididos a votar en contra de la iniciativa de Cs. No sé si Castillo sabe que en los momentos decisivos no valen las medias tintas, y menos para quien intente escurrirse en plan bienqueda con unos y con otros cuando todos van a muerte. Tal vez es que todavía duda de quién va a ganar la partida y calcula qué hacer mejor para conservar su cargo de Segunda Autoridad. 

Castillo está del lado de los disidentes, claro, pero todavía deja resquicio por si surgiera un nuevo prodigio (nada es imposible en este show de maravillas) y pudiera recolocarse con los oficialistas. En la mesa y en el juego se conoce al caballero. Tengo dicho, creo, que el presidente de la Asamblea es quien le lleva el bolso a Valle Miguélez, que fue quien lo fichó y lo promocionó, y ahora sabemos que no era tan extravagante el tuit en que Isabel Franco lo calificó de «maestro del periodismo»:una inversión emocional a futuro. Y aunque su actitud siempre alabanciosa a quien manda le conducía a dirigirse a la coordinadora de su partido, Ana Martínez Vidal, como Anica, en el fondo está obligado a situarse con los suyos, sin los cuales no estaría donde está.

Por tanto, no son tres, sino cuatro, los diputados rebeldes del Grupo Ciudadanos, mayoría absoluta en el interior del mismo, conformado por seis. No sería significativo si no fuera porque resta un voto decisivo al Grupo de Vox y sitúa técnicamente en Los Tres de Liarte (los disidentes de este partido) la posibilidad de que prospere la moción de censura. Por increíble que parezca, el PSOE podría gobernar, en un Ejecutivo presidido por Cs, con el apoyo de Vox y Podemos en la investidura. Esto no ocurrirá, claro, porque de producirse tendría que dimitir Pedro Sánchez, pues todo el edificio del ‘cerco a la extrema derecha’ se vendría abajo. Sin embargo, Martínez Vidal ha estado tanteando a Liarte para invitarlo, a la desesperada, a que lo increíble suceda. 

Lo demencial es que el PSOE, mientras tanto, ha seguido adelante con la moción, sin considerar el peligro de que mañana pudiera hacerse cargo del Gobierno si a Liarte le motivara el capricho de provocar el caos, él que no tiene nada que perder, ya que su futuro político concluirá inevitablemente con el final de la legislatura y, pongamos por caso, le diera por contrariar a Abascal. 

Los socialistas no se van a ahorrar ni siquiera la humillación de que su programa sea hoy defendido desde la tribuna por una candidata a presidir su Gobierno que hace tan solo unas semanas aspiraba a vicepresidir el del PP, al que ahora acusa de corrupción cuando todavía está en trámite en la Asamblea la iniciativa presentada por su partido, Cs, para que el presidente popular pudiera prolongar sus mandatos. La misma candidata que hace unos meses votó en contra de la iniciativa del PSOE para crear una comisión de investigación sobre el contrato del servicio de ambulancias, buena forma de luchar contra la posible corrupción del PP.

A falta de asideros para denunciar una corrupción supuesta, Martínez Vidal ha encontrado la percha perfecta en la fuga de sus compañeros de Grupo: la corrupción consiste en promover el transfuguismo. Pero tal vez no se da cuenta de que este asunto, aun si pudiera ser así calificado, es posterior a la moción de censura, que se basaba en la corrupción antes de que surgiera el fenómeno de la disidencia parlamentaria en Cs. Por tanto, la corrupción que se denuncia vendría a toro pasado de la denuncia inicial de corrupción, sin que ésta pudiera apreciarse inicialmente en caso o causa alguna, con la paradoja de que el líder socialista renunció a entrar al Gobierno que propiciaba con su iniciativa por estar imputado judicialmente, poco importa si se trata de un asunto menor. 

Cuando la moción de censura ya estaba en marcha, Inés Arrimadas se enteró en vivo y en directo en una entrevista en la Cope de que el mundo giraba al revés:López Miras no está imputado, y sí Diego Conesa, de modo que el concepto corrupción, al menos en su expresión judicial y con el necesario calificativo de supuesta, no parecía argumento sostenible. La líder nacional de Cs balbuceó un pretexto para salir del paso, pero debió concluir aquella entrevista con la sensación de que la habían engañado. Algo parecido deberá pensar el ya exvicesecretario general de Cs Carlos Cuadrado, pues animó a los diputados regionales de su partido a firmar la moción de censura alegando que López Miras se proponía convocar las elecciones autonómicas en 48 horas, un ingenio tan falso como que el presidente ni siquiera lo hizo cuando conoció el propósito de Cs de desplazarlo mediante un pacto con el PSOE. 

¿Quién desinformó a Arrimadas sobre el estado de los supuestos casos de corrupción en Murcia? ¿Quién advirtió a Cuadrado de que López Miras iba a convocar elecciones, sin reparar siquiera en que esa iniciativa no le convenía antes de que se reformara la Ley del Presidente? Si en la cúpula nacional de Cs hilan fino y suman dos y dos se acabarán percatando de que su delegación en Murcia le ha venido transmitiendo una información, como poco, confusa. Y si a esto se añade que la líder del partido que pusieron a dedo no controlaba ni su propio Grupo Parlamentario, tal vez podrían llegar a la conclusión de que se han equivocado en la nómina de personas que merecían ser desplazadas o expedientadas. Alguien no ha administrado bien su liderazgo, tal vez porque éste no ha surgido desde abajo sino por coronación desde Madrid, y ha desdeñado el ejercicio de la empatía.

Habría sido bonito un cambio en la política regional después de tantos años de hegemonía del PP. Pero la moción de censura, incluso antes de que se desarrolle, ha mostrado que los partidos que la han promovido no están suficientemente preparados orgánicamente para afrontarla. Dígase la verdad al margen de los deseos. Y la prueba más evidente es que los socialistas han mantenido esta iniciativa hasta el final, a riesgo de que triunfe con el concurso de Vox, y lo que es todavía más alucinante, de un aventurero político como Alberto Castillo, que nada y guarda la ropa. Por nadie pase.