una tragedia siciliana de Alejandro Dumas

En 1866 Alejandro Dumas publicó por entregas en el periódico Le Mousquetaire una inquietante historia, llena de sombras y misterio. Ambientada en Palermo, se titulaba El conde de Mazara. La novela se construye por medio de testimonios indirectos supuestamente veraces, y cuenta la historia desgraciada del conde de Mazara, noble de Palermo, poco antes de la unificación Italiana. El momento histórico, decisivo para Europa, sirve de marco para las últimas semanas del conde y de su desventurada hija, a cuyo drama asistimos gracias al testimonio privilegiado de un viajero francés que se aloja en su palacio, Alfonso de Quinzac, y que ha trabado amistad con el conde por un inquietante y enigmático intermediario que vive en Paris.

La ciudad de Palermo aparece aún sometida a dos tiranías, la de la superstición y la de los Borbones. En ella, al tiempo que las autoridades monárquicas redoblan la fuerza de su represión, comienza a darse una presencia cada vez mayor de agentes que trabajan por la unificación del país. Pero ese mundo parece lejano y detrás de los muros del palacio de Mazara no llega la Historia ni su corriente cargada de novedades. El tiempo se detiene cuando cruzamos los umbrales a través de los cuales accedemos al hogar del noble siciliano, hombre que ya no cuenta con el mundo y con el que el mundo ha dejado de contar. La lujosa mansión está abandona por el servicio que, por razones poco claras, deserta de sus obligaciones y que debe ser constantemente sustituido. Nadie quiere acercarse a las inmediaciones del palacio, ni el cochero ni persona alguna se presta a llevar al viajero francés a la presencia del conde. Una terrible atmósfera de miedo lo rodea, como si fuera un inquietante personaje de novela gótica, el aristocrático y temible señor de un castillo a quien nadie quisiera ver, y al que todos temieran porque quizá tenga tratos con espíritus y demonios.

Apenas es mencionado su nombre se levanta un muro de silencio, los rostros palidecen y las miradas de terror se suceden. Su hija pese a sus rentas, belleza y nobles cualidades, no ha encadenado más que matrimonios frustrados y desgraciados. La sombra de un mal angustioso pesa sobre la familia. El conde sufre la maldición que ha convertido su mirada en un arma funesta, amenaza mortal que no respeta ni la vida de los niños. Sin ser consciente de la pesada carga que pesa sobre él, de la maldición que lo atormenta, es calificado con una ofensiva expresión italiana, que le identifica como un ser maldito, un jettatore. No hay salvación para ningún desdichado a quien el hado haya convertido en jettatore. Su destino es causar la desgracia a todo aquel que se le acerca y a todo aquel que es objeto de su atención. Terrible resulta, sin duda, que la persona tocada con este don demoníaco no es consciente del daño que hace hasta que es demasiado tarde.

Tal es la historia del conde de Mazara cuya tragedia consistirá en ser verdugo de sí mismo por la ignorancia del mal que se causa y víctima de un pueblo entero que se alzará contra él, que le odia y que le atribuye toda desgracia que acontece en un país que se encuentra aún sometido al despotismo borbónico y en el que las gentes no terminan de abrir los ojos. Es un ser de la nobleza más antigua, por cuyas venas corre la sangre pura de la aristocracia más rancia, el último representante vivo de un tiempo muerto. Alguien que con toda probabilidad habría sido un personaje lampedusiano en la nueva Sicilia, es también, para acentuar su dimensión trágica, un ser maldito y por lo tanto un marginal, aislado, despreciado, apartado de las miradas de todos por el temor que infunden sus ojos, condenado a vivir en un palacio cuyas habitaciones ofrecen testimonio mudo de una belleza pasada, de un mundo de la mayor civilización y elegancia, convertido ahora en un frío mausoleo que encierra los últimos restos de un linaje naufragado en las aguas de un pasado y de un miedo atávicos, rechazado desde las orillas de nuevos tiempos, que llegan anunciando su propia luz y su modernidad.

Profesor de Historia Antigua

de la Universidad de Murcia