Hace unos años escribí e incluso publiqué un manifiesto poético esclarecedor, si no rupturista; necesario en su coyuntura (el tiempo-post a la anterior crisis económica), vigoroso aunque finalmente un tanto melancólico, el cual lleva por título Manifiesto por una poesía cívica. Fue publicado en el número 30 de la revista electrónica El coloquio de los perros que dirigía, desde Cartagena, el poeta Juan de Dios García. Está reeditado y se puede consultar en el blog de la revista Ágora-Papeles de Arte Gramático: https://diariopoliticoyliterario.blogspot.com/2013/02/manifiesto-por-la-poesia-civica.html

Aquel manifiesto ciertamente presentaba muchos momentos melancólicos, y, aun así, en sus últimas líneas concluía (creo que esperanzadamente):

«La poesía se ha ganado el derecho a plantearse de nuevo como comunicación, como ‘otra forma de comunicación’, desde su misma esencia, proyectando su figura actual inmersa en el mundo y corriendo todos los peligros de la banalidad y la cosificación para rescatar algo que merezca la pena ser dicho y compartido».

Corrían los años 2012, 2013 y 2014 y se vislumbraba cierta salida de la crisis que tanto vapuleó la economía de la clase media y trabajadora de España. Pero los traumas no resueltos, la inseguridad pendiente, en lo vital y en lo económico, para muchos (también para aquellos que creíamos nuestro trabajo ‘seguro’ o que vimos a hermanos, hermanas, hijos, marido o esposa en paro y, lo peor, con un gran currículum de estudios y/o de años de vida laboral, un gran currículum absolutamente inútil). Esas nubes negras se quedaron (y se quedarían mucho tiempo todavía). Pero cierta esperanza, ciertas alas de energía ciudadana, cívica, colectiva; voces de indignación, jóvenes y adultas, se pintaban en el horizonte. Aquel tiempo era una moneda al aire.

Todos hemos visto lo que ha pasado después. Cada uno libre su interpretación. Esta es la mía: de la esperanza y la apuesta por un nuevo tiempo ciudadano, higiénico, regenerador, se salió en 2017 con un golpe de Estado frustrado en una parte de mi país, y se continuó la hora de división con el metal de ‘las dos Españas’ de nuevo enfrentadas; metal u hojalata, en cualquier caso peligroso fantoche de dos totalitarismos que te niegan el derecho a pensar diferente: un fascismo de izquierdas y otro de derechas, complementarios.

La ‘poesía cívica” cifraba su esperanza en mantener un foco en el futuro, en la auténtica y placentera comunicación directa (hoy, 2021, a estas alturas de la tecnología de la comunicación, ya nos advierten los sociólogos punteros sobre la imposibilidad de conversar usando cualquiera de los medios).

Entiendo que nos han superado los discurseadores, los influencers, los políticos antes airados hoy apesebrados y dueños de la vox populi, más peligrosa, mucho más que Vox (que, por cierto, en mi época de estudiante, era el nombre de un diccionario).

Hoy, me atrevo de nuevo a profetizar erróneamente: o la poesía es crítica política o es (y no puede ser otra cosa honestamente), personal.