Más de mil muertos, muchos de ellos de nuestra Cartagena, visten de luto nuestros ánimos. Los ciudadanos, en la calle, en el mundo real, apenas hablamos de otra cosa, como refleja el CIS, que apunta a la pandemia del coronavirus como el asunto que más nos preocupa, con diferencia. Pero hace tiempo que muchos de nuestros políticos dejaron vivir en el mundo real para encerrarse en su limitada burbuja partidista, para centrar su mirada hacia las encuestas de intención de voto y las urnas, para empecinarse en que lo más importante es cuántos sillones consiguen en un parlamento nacional o regional, o en un salón de plenos, para tener más o menos poder y decidir, supuestamente, lo que es mejor para nosotros. No es de extrañar que los ciudadanos nos mostremos más que escépticos sobre la labor y las intenciones de nuestros representantes, gobiernen o estén en la oposición, ante el despelote total con el programa de vacunación, las crisis de Gobierno central y regional en pleno pico de la pandemia y que sigamos debatiendo sobre fronteras, cuando este maldito bicho ha demostrado que vivas donde vivas, hables lo que hables y seas monárquico o republicano todos estamos jodidos (disculpen la vulgaridad).

y también los autonómicos se están cebando a chupar cámaras en prime time y lucen sus mejores rostros compungidos para explicarnos lo que ya sabemos, algunos porque nos ha tocado de lleno y otros, porque vemos que el cerco se estrecha y que, cualquier día, uno de esos números, que suban o bajen son cada vez más tremendos, puede llevar nuestro nombre o el de un ser querido. Dejen de darnos homilías diciéndonos que debemos ser buenos, dejen de echarnos la culpa, dejen de echarse las culpas unos a otros, dejen de pelearse por una o dos horas más o menos, por si nos encierran o no, dejen de darnos lecciones, mirénse al espejo y escuchen lo que nos dicen para aplicárselo. Nos estamos muriendo. ¿Es que no lo ven? Actúen de una vez. Gobiernen.

He oído en varias ocasiones que quienes se saltan las normas que nos protegen del virus deberían visitar una UCI llena de pacientes Covid y no puedo estar más de acuerdo, pero me pregunto cuántos presidentes o alcaldes lo habrán hecho. Quizá aquellos a los que les ha faltado tiempo para ponerse la vacuna los primeros, porque imagino que verán la pesadilla que están viviendo médicos y enfermeros y todo el personal que trabajan en cuidados intensivos y en las plantas repletas de infectados.

que ni siquiera una pandemia como la que atravesamos, lleva a la clase política a revisar sus prioridades y es lamentable comprobar que les falta pantalla y telediario para sacar a relucir los defectos y las malas decisiones del contrario, en lugar de sentarse para aportar todo lo que pueden en esta guerra mundial contra un enemigo común y en la que aún nos quedan muchas batallas por luchar y muchas bajas que sumar. Pero ustedes sigan discutiendo, sigan con sus mítines oficiales u oficiosos, como si lo que nos preocupara a nosotros fueran los nombres de quienes nos manejan en este desastre, en este despropósito que nos mata y nos arruina. Y no, ustedes no son quienes nos contagian ni nos inyectan el virus letal, pero estoy convencido de que pueden hacer mucho más para minimizar sus efectos y sacarnos cuanto antes de esta tremenda angustia.

Ya sé que no es justo meterlos a todos en el mismo saco, pero cuesta ver a quienes cumplen con su promesa de servir a los ciudadanos, quizá porque quienes resuelven servirse a sí mismos hagan más ruido o se dejen ver más, o porque ustedes mismos se preocupan más en señalar las miserias ajenas que en erradicar las propias. Si todos se aplicaran la vara de medir que tienen para sus colegas de otras siglas, quizás se escandalizarían y nos escandalizaríamos menos, porque no es lógico establecer diferencias entre quienes anteponen su propio beneficio al de la comunidad a la que sirve. Sí, las intenciones cuentan, pero para la misma mala acción, al menos en política, debería haber el mismo castigo. Y eso es algo que ustedes no terminan de asumir y prefieren defender al que la hace de los suyos, aunque su fechoría sea tan o más miserable que la del vecino de enfrente. No hace falta que lo humillen, basta con que no justifiquen lo injustificable. Y, después, tengan los amigos que quieran.

le ha tocado esta semana al portavoz municipal suplente de Movimiento Ciudadano, Jesús Giménez, durante la celebración del pleno municipal. Juguemos a imaginar. Traten de visualizar a la vicealcaldesa del PP, Noelia Arroyo, o a la alcaldesa no adscrita y exPSOE, Ana Belén Castejón, lanzando una patada hacia el trasero de un director general autonómico, aunque falle. O irrumpiendo en un despacho y gritarle a un funcionario que le entregue el expediente que le pide. Imaginen que un juez las condenara por estas actuaciones, aunque fueran calificadas como leves y apenas conllevaran una ridícula multa de unos pocos cientos de euros. ¿Cuánto creen ustedes que hubieran tardado los ediles de MC y el resto de la oposición en pedir la dimisión de estas mandatarias por sus malas formas? O por su malafollá, que es el término cartagenero que empleó Giménez Gallo para referirse a las acciones más o menos agresivas de su amigo y compañero.

Lógico que los ediles del tripartito del PP, exPSOE y Cs aprobaran una moción de urgencia para pedir la dimisión de López. Lógico que la apoyaran los concejales de Podemos y el portavoz de Vox. Y lógico que, si los papeles hubieran estado cambiados, hubiera sido el propio Movimiento Ciudadano el que hubiera promovido una moción en el mismo sentido. Lo que no es lógico es que no haya ninguna norma del ámbito que sea que impida que un concejal lo siga siendo cuando muestra según que actitudes, con sentencias de por medio incluidas. Y dicho con todo el respeto del mundo, me llama cuanto menos la atención que sea una edil de Podemos, Aurelia García, la que ponga sentido común en el pleno, condene cualquier tipo de violencia o agresión contra cualquier persona y reclame que Gobierno y MC se dejen de circos en los plenos y bajen al mundo real, en el que lo midan como lo midan, los muertos por esta pandemia ya se cuentan por millones.

No podemos permitirnos más trifulcas, más rencillas personales, más insultos y desprecios, más piedras lanzadas con manos escondidas, más acusaciones gratuitas y veladas sobre supuestos honores y honorabilidades propias o de familiares que, de ser ciertas, deberían denunciarse en un juzgado, en lugar de escupirlas desde un atril por si le dan a alguien. No todo vale por un puñado de votos.