Si hiciéramos caso al refranero, este 2021 que acaba de empezar, traería el colmo de bendiciones, a juzgar por la nevada bestial que ha caído. Sin embargo, sabiendo lo que hay, con que sea un año normalito, de los de antes, nos conformamos. Y quién sabe, incluso podría llegar a ser, de verdad, un año de bienes y de abundancia. No perdamos la esperanza.

Me ha hecho gracia el argumento con el que ha salido un politicucho para justificar el colapso que ha provocado la nevada. Es que no se daba una igual desde el año 1600, dice. Han tardado más en buscar una excusa que en pensar una solución. ¿Cómo es posible que se ponga a los ciudadanos a limpiar las calles de hielo y nieve, con sus medios? ¿La próxima vez tiene que asfaltarse cada uno su trozo de calle?

La nevada fue anunciada con al menos una semana de antelación. Sin ánimo de hacer comparaciones, nuestro López Miras, cuando cayó aquí la Dana, prohibió colegios, y cerró muchos servicios, ante la previsión del diluvio que se esperaba. De hecho, nos pasamos la primera mañana mirando al cielo, esperando a que cayera alguna gota, con cara de cachondeo. Y agradecimos estar en casa, a salvo y con nuestros hijos, cuando el cielo se abrió.

En el caso de la nevada, la mayoría de las personas quedaron atrapadas a la vuelta de sus trabajos. ¿Cómo no se suspendieron? En la radio, muchos contaban cómo habían tenido que ir a trabajar andando por la autovía, o pernoctando, la noche antes, en casas de familiares más cercanos. Para afrontar una catástrofe de esa magnitud, primero hay que planificar y coordinar. Hacer un plan. Menuda cosa he dicho. Si no se organiza, es de Perogrullo, pero el desastre está garantizado.

Aunque no todo está perdido. Quedan suficientes muestras de lo que valemos los ciudadanos como para no desanimarnos. Por ejemplo, en el túnel de la M-30, un policía fuera de servicio y una médico del Samur lograron organizar la pernocta en el túnel, hasta la mañana siguiente, de numerosos vehículos que habían quedado atrapados en mitad de la tormenta. La noticia dice que se conocieron cuando el encargado del túnel ordenaba por megafonía su desalojo (dale a un tonto un pito) y que tanto el policía como la médico le explicaron que era el único lugar en el que se podía refugiar esa masa de coches y sus ocupantes. Bueno, lo que cuenta la noticia es que al policía le entraron ganas de matar al encargado, que debía de ser uno de esos amantes del reglamento que yo no soporto, y que ya cuando vino la médico, se coordinaron con sus respectivos superiores, logrando hacerle entrar en razón y que permitiera la ´ocupación' del tunel.

El desenlace, además, fue heroico: cuando por la mañana fueron a buscar víveres, encontraron a un hombre dentro de su vehículo, del que sólo se oía el motor del coche porque había quedado sepultado por la nieve, después de pasar a la intemperie toda la noche. Lo desenterraron y lo cargaron a hombros hasta el túnel, ante la imposibilidad del hombre de caminar. Ese hombre, y todos los que pudieron refugiarse esa noche en el túnel, tienen con el policía y la médico un deber de gratitud.

Tuvieron el suficiente ingenio y la capacidad de resolución ante un problema, que ya nos gustaría que tuvieran muchos de nuestros gobernantes.

Sólo eso nos hace falta: audacia para idear soluciones, valor para superar obstáculos, y luego, voluntad de vencer. Lo que tuvieron la médico y el policía.