Hemos descubierto lo expuestos que estamos al padecimiento físico y moral en todos los sentidos por culpa esta pandemia.

Si hiciéramos una clasificación de vulnerabilidad por categorías a buen seguro que muy pocos se quedarían fuera. Empezaríamos sumando las decenas de miles que han pagado con su vida el contagio, la mayoría, ancianos de residencias.

Incluiríamos a quienes ya eran víctimas de la exclusión social y han visto engrosar sus filas por la consiguiente crisis. También a los que la soledad les ha hecho mella durante los confinamientos prolongados, a los que viven angustiados ante el temor de verse infectados, a los que no duermen pensando en que mañana puede ser su último día de trabajo o a los que no ven llegar el primero. Pero graduando la debilidad frente a esta tragedia, los mayores ocuparían lo más alto del calvario

A ellos les llega estos días la vacuna con una impresionante expectación mediática. Recuerda a los ´uno de enero' cuando los telediarios abren edición mostrándonos el último bebé nacido el 31 y el primero del recién año estrenado, ambos junto a sus padres en la habitación del hospital maternal. Parecida imagen era el domingo para los ancianos y sus cuidadores mostrando a las audiencias el brazo ofrecido a la jeringuilla.

Muchos, sacados por un momento del pozo de su soledad y su mecánica rutina para ser expuestos unos segundos a los focos y devueltos luego si no al olvido, sí a una visita familiar cada quince días.

Y agradecidos todavía por ese regalo inmune después de cómo la sociedad les ha hecho pagar su tributo de muerte en la indiferencia. Incluso tras ver a sus compañeros de habitación o de juego de mesa camino de la morgue después de que el bicho hubiera invadido su refugio.

No nos demos por indultados por administrarles las primeras dosis del antídoto. Seguimos teniendo una grandísima deuda que deberíamos pagar desde los poderes públicos que nos representan a todos. Escuchando sus inquietudes, atendiendo a las peticiones de quienes gobiernan y gestionan las residencias geriátricas, mejorando la formación sanitaria y asistencial del personal y elevando sus condiciones laborales y salariales. Destinando más fondos a los establecimientos públicos y a los concertados. Agilizando y aumentando las prestaciones de la Ley de Dependencia. Devolviéndoles plenamente en la comunidad un protagonismo que les arrebatamos.

Está bien celebrar las primeras vacunas y estará mejor cuando se pongan las últimas. También reconocer a los más vulnerables.