El otro día, tomábamos un café cuatro amigos en la terraza de un bar, con mascarilla antes y después de beber, y distancias de seguridad. En esta pequeña reunión que habíamos planeado días antes, quedaron claras varias cosas que me gustaría hacerles llegar a ustedes, por si alguna de ellas les ha causado preocupación cuando las han experimentado en sus propias experiencias. No se trata de ´mal de muchos, consuelo de tontos´, porque no hablo exclusivamente de ´males´, pero sí de comprobar que algo nos está ocurriendo a casi todos en esta situación tan dura que estamos experimentando.

En primer lugar, puedo decir que en ningún momento de esa reunión se produjo un silencio que cerrara un tema de conversación por agotado, o sencillamente porque quisiéramos tomar aire y relajarnos, sino que fuimos hablando cada uno cuando pudo, manteniendo la educación necesaria para no interrumpir al otro abiertamente, pero haciendo amagos de querer intervenir a cada momento. Cada frase simple o compuesta, cada situación explicada, cada opinión vertida provocaba en los cuatro un afán casi nervioso de aportar algo al tema del que se estaba hablando: una experiencia personal, un texto leído recientemente o hace mil años, lo que le ocurrió a nuestro primo en Cáceres cuando era pequeño, una anécdota de Catalina la Grande, etc., cualquier cosa que viniera más o menos a cuento al tema en cuestión intentaba salir de nuestras bocas por más que estuvieran tapadas con mascarillas de diversas calidades, colores y texturas. En pocas palabras, sentíamos una necesidad imperiosa de hablar. ¿Les pasa a ustedes?

Otra particularidad de esta reunión fue que aparentemente solo charlamos de un tema, en el sentido de que nunca hubo una pausa y alguien dijo: ´€, y cambiando de conversación€´, sino que el tema evolucionaba según hablábamos, con enganches a las frases que acaba de pronunciar uno para continuar el otro, o incluso utilizando la última palabra que se había dicho, algo así como en El entremés de los habladores, de Cervantes, en el que alguien dice: ´Las patatas..´ e inmediatamente, el otro (la otra) comienza hablar diciendo: ´Patatas dijo usted y dijo bien, las patatas se crían en la tierra y€.´ y así sigue durante 15 minutos hablando de las patatas. Por lo tanto, toda nuestra tertulia fue sobre un único tema al que le íbamos sumando matices, experiencias personales, historias, chistes, etc. que a veces nos alejaban de su centralidad, pero al que volvíamos, aunque nos hubiéramos ido por los cerros de Úbeda. ¿Les está pasando esto a ustedes también? Cuando se reúnen con alguien, las pocas veces que pueden hacerlo en estos tiempos, ¿sienten ese afán por comunicar sus propias experiencias?, ¿sienten que se ha acabado el papel del tertuliano que escucha y de vez en cuando lanza una sentencia, para callarse después durante otro rato?

Otra cuestión que podría haberles preocupado a ustedes es la de la pérdida de una cierta parte de la memoria que se manifiesta sobre todo en nombres propios y en algunas palabras que parece que se te atraviesan a la hora de querer pronunciarlas. Hablas, estás largando un párrafo bastante extenso y quieres traer a colación el nombre de alguien que viene a cuento. Puede ser el de un insigne filósofo o el de un profesor que tuviste de pequeño, el de un autor, o el de un militar sin graduación. Y el hecho es que no te sale, que estás viendo en tu memoria la extensión de las palabras que componen ese nombre, esos apellidos, y no hay manera de que puedas recordarlo. Ese atasque suele preocuparnos mucho, hasta que te das cuenta de que le está pasando igual, en mayor o menor dimensión, a muchos de los que están a tu alrededor, porque son estos encierros, estos aislamientos, esta falta de comunicación cara a cara, alegre y diversificada que disfrutábamos antes de la pandemia lo que nos está produciendo la necesidad urgente de hablar con los otros, con los no allegados, pero sí amigos o conocidos, y colocarles nuestras ideas y escuchar las suyas. Es que lo necesitamos. Como el comer.