El acto de la comunicación, imprescindible, sin embargo nos obliga a sacar de dentro lo íntimo (sentimientos, opiniones, creencias...) y nos deja a la intemperie. No sabemos cómo va a reaccionar nuestro interlocutor. Nos exponemos a su juicio. Dependiendo de nuestro carácter podemos expresar y defender con mayor o menor vehemencia y convencimiento razones y posturas sobre cuestiones externas, pero cuando el tema a tratar somos nosotros mismos es mucho más complicado. Partiendo del hecho de que no a todo el mundo le interesa lo que se cuece en nuestro interior. Lo que nos preocupa o nos ilusiona. Y mucho menos las muescas que en nuestro fuero interno han ido dejando las sucesivas vivencias que conforman y jalonan la existencia. Por eso muchas veces se callan cosas que nos avergüenzan o nos causan dolor. O nos dejan tiritando, expuestos a la mirada ajena, compasiva o inmisericorde, a veces crítica y otras indiferente.

Hace tres años me atreví a dar un paso en redes sociales para contar esta historia y me sorprendió la respuesta. Fueron muchas entonces las mujeres (sé que también existen hombres que han pasado por situaciones parecidas, aunque el porcentaje es sin duda inferior) que confesaron haber sufrido experiencias semejantes que las habían marcado. Y sentí que el esfuerzo que había hecho para despojarme de perjuicios y remover aquel asunto merecía la pena.

Durante casi una década fue un secreto absoluto, aunque siempre percibí, y con el tiempo supe, que había sospechas en mi entorno sobre lo que ocurrió. Pero todo fue silencio. Tenso silencio y expectación, y mucho miedo. No recuerdo mi actitud durante los meses y años que siguieron al hecho, seguramente muy normal no fue sobre todo al principio, porque no he podido olvidar el pánico que me atenazaba ante la posibilidad de encontrármelo por la calle, y años más tarde por pensar en que pudo haber sido mucho peor y, después de todo, tuve suerte y el ángel de la guarda estuvo a mi lado.

Si aireé un episodio íntimo que hasta entonces solo me había atrevido a contar a personas muy allegadas es porque me rebelo a que, independientemente de quién sea la víctima, se justifique o se mitigue la culpa del agresor en función de consideraciones relativas al comportamiento de aquella en el momento de la agresión, o su actuación a posteriori.

Yo tenía apenas ocho años. Él calculo que tendría más de sesenta. Hoy paso de los cincuenta y no lo he olvidado, y me solidarizo con todas las mujeres que se ven sometidas contra su voluntad y agredidas sexualmente o en cualquier forma.

La sociedad no puede ser ajena a ningún comportamiento vejatorio, y debe comprometerse activa y eficazmente para evitarlos y castigarlos cuando se producen. No es muy esperanzador el hecho de que en el Parlamento Europeo haya individuos como el diputado polaco Janusz Korwin-Mikke, cuyas polémicas y reiteradas declaraciones misóginas le valieron hace solo tres años la sanción que consistía en la pérdida de su complemento salarial durante treinta días (9.180 euros en total), la prohibición de trabajar durante diez días y la de representar al Parlamento en cualquier acto durante un año. Y eso cuando los artículos 11 y 166 del reglamento de la Eurocámara exigen, so pena de sanción, que la conducta de los diputados europeos se base en el «respeto mutuo» y que estos no recurran a «lenguaje o comportamientos difamatorios, racistas o xenófobos en los debates parlamentarios».

Este año la ilustración institucional promocionada por la Junta de Andalucía para homenajear a la Policía y a los sanitarios que luchan contra la pandemia, en la que un policía pasa el brazo sobre el hombro de una enfermera en supuesta actitud de protección ha originado fuerte polémica, creo que bastante politizada. Escribiré sobre ello otro día. En cualquier caso opino que es necesario emitir mensajes claros y contundentes contra la violencia y educar en el respeto por la igualdad, la libertad y la fraternidad.

El miércoles, 25 de noviembre, se celebró el Día Internacional contra la Violencia de Género. Todos tenemos que luchar contra ella todos los días, a cada instante.

En 2017 escribí un poema en el que trataba de conjurar un fantasma del pasado que forma parte de Los márgenes del tiempo (MurciaLibro 2019) y del que rescato estos versos:

Sé que fui la elegida aquella tarde-noche,/ una más de otras tantas, es probable,/ y por ellas, como por mí, lo siento/ en carne propia, y elevo una bandera,/ por todas esas niñas y mujeres,/ sometidas con engaño o por la fuerza,/en cualquier rincón de este planeta...

A día de hoy sigo diciendo que en más de medio siglo no he hallado camino que me lleve hasta el olvido. La lucha contra la violencia y el sometimiento de cualquier tipo no puede cesar jamás.