El sábado a las 5 de la tarde, hora de la península, los grandes medios de comunicación estadounidenses ´anunciaban´ la victoria de Joe Biden. Habían pasado casi 90 horas desde que las urnas habían cerrado en la costa este. Una etapa de la vida política americana había finalizado. Que los medios de comunicación ´anuncien´ una victoria electoral es una peculiaridad de los sistemas de elección mayoritarias, como el de Estados Unidos que requiere cierta explicación. En España tenemos un sistema parlamentario con representación proporcional. Esto significa que, cuando llevábamos como un 60-70% del recuento, ya sabemos, con mínimas variaciones, el reparto de escaños final en el Congreso de los Diputados y los medios de comunicación solo tienen que informar de este reparto. Por eso solemos irnos a la cama el domingo de elecciones sabiendo que ha pasado. En comparación, en un sistema mayoritario, los medios de comunicación tienen que juzgar cuándo la ventaja del candidato A es suficiente para que ya no quepa duda que será el vencedor final cuando finalice el recuento total. Por ejemplo, si el candidato A tiene el 52% de los votos con el 60% del escrutinio finalizado y el candidato B el 48% ¿quedan votos suficientes entre el 40% de escrutinio restante para que el candidato B todavía pueda ganar con una probabilidad razonable? Si, pongamos, el 40% de votos por contar vendrán casi todos de mesas electorales que el partido del candidato A ha ganado históricamente, los medios de comunicación ´anunciarán´ que el candidato A ha ganado: es casi imposible que el candidato B, que ya va por detrás, pesque suficientes votos en los feudos del candidato A como para darle la vuelta al recuento. Si el 40% de votos esta más repartido, los medios de comunicación esperarán.

Esta vez, los medios de comunicación tardaron unas 90 horas por tres motivos. Primero, porque el resultado era tan ajustado en muchos estados que era temerario lanzarse a un anuncio prematuro (aunque el miércoles a mitad de mañana era ya casi seguro que ganaba Biden). Segundo, porque el voto por correo, que se cuenta más tarde en muchos estados que el voto en persona (aquí cada estado tiene su ley electoral propia) había sido de esta vez tan abrumador por culpa del covid-19 que hacía muy difícil fiarse de los patrones históricos de recuento. Tercero, porque nadie tenía mucho interés. Las campañas de los dos partidos querían seguir movilizando a sus seguidores, más para preparar las elecciones de 2022 y 2024 que otra cosa y porque los medios de comunicación, mientras siguiera la incertidumbre, rompían récords de audiencia. Ahora que las cosas ya se han calmado podemos analizar, de manera más sosegada, los resultados. La primera reflexión es que el martes fue un día muy malo para los demócratas, en especial el ala izquierda del partido. Han ganado una gran batalla, la presidencial, pero han perdido casi todas las demás batallas electorales. Biden ha ganado la presidencia por un margen muy pequeño. En voto popular un 3%. Si la distancia hubiese sido algo menor, por ejemplo un 2% y dada la estructura del colegio electoral americano que favorece al partido republicano por donde tienen ´colocados´ los votos, Biden habría perdido. Biden venía empujado por un viento de cola tremendo: el país esta sumido en una epidemia devastadora y la gestión de Trump ha sido horrorosamente mala y polarizadora, lo que ha movilizado al electorado demócrata como nunca. Ganar con un 3% es decepcionante.

Este mal resultado se nota en el Senado, que es un elemento clave en el sistema político americano. Por ejemplo, sin el Senado no puede haber legislación nueva y es el Senado el que confirma los jueces de la corte suprema nominados por el presidente. En el momento que escribo estas líneas (madrugada del lunes hora peninsular), los demócratas y republicanos están empatados a 48 senadores y quedan cuatro senadores por decidir: Carolina del Norte y Alaska, estados en el que el recuento va muy lento por su generosidad en aceptar el voto por correo hasta muchos días después de las elecciones siempre que el matasellos sea del día de las elecciones y dos senadores en Georgia, que por una peculiaridad de la ley electoral de este estado se decidirán en una segunda vuelta el 5 de enero de 2021. En Carolina del Norte y Alaska los republicanos van lo suficientemente por delante que es prácticamente seguro que ganen estas elecciones a senadores. En Georgia, la segunda vuelta probablemente se decante por los dos candidatos republicanos. Biden ha ganado Georgia por unos 10.000 votos, pero Trump ha sacado menos votos que muchos candidatos republicanos locales porque bastantes republicanos moderados han votado a Biden en las presidenciales y a republicanos en el Senado o la Cámara de Representantes. Además, las segundas vueltas, históricamente, han perjudicado a los demócratas, que tienen más problemas movilizando a su electorado en estas circunstancias.

Por tanto, el escenario más verosímil es que la composición final del Senado sea 52 senadores republicanos y 48 demócratas. Hasta el martes pasado la composición del Senado era de 53-47. La ganancia neta para los demócratas será en consecuencia de un senador. Este resultado es frustrante para ellos. Primero, porque dado los vientos de cola a los que me refería anteriormente, los demócratas esperaban tener mucho más frutos electorales en la cámara alta. Segundo, porque en 2020 tocaban muchos más senadores republicanos por renovar que demócratas, lo que colocaba a muchos senadores republicanos en una situación increíblemente vulnerable, como Susan Collins en Maine (estado que encima había cambiado su sistema electoral en perjuicio de Collins). Solo se renuevan uno de cada tres senadores cada dos años y, por casualidad, de esta vez el reparto de escaños a renovar era de 23 republicanos frente a 12 demócratas. Sin control del senado, Biden estará como Obama al final de su presidencia: sin capacidad legislativa prácticamente alguna. (Mañana: La Cámara de Representantes).