Pareciera que cada cuatro años estemos obligados a mirar durante varios días a la que muchos insisten en denominar ´primera democracia del mundo´, ansiosos por conocer el desenlace de las elecciones presidenciales. Y creo que deberíamos plantearnos seriamente las razones de esa fascinación enfermiza por los asuntos internos del gigante americano, de la pleitesía informativa que casi sin excepción le rinden los medios informativos.

No deberíamos olvidar que la supuesta ´primera democracia del mundo´ nació y se consolidó como proyecto de élites económicas e intelectuales que supieron manejar y canalizar el descontento de amplios sectores de la población de la colonia, élites que modelaron a su conveniencia y han controlado desde entonces las instituciones de la nueva nación.

Tampoco deberíamos olvidar las graves contradicciones del concepto de supuesta ´igualdad´ que se deriva del principio de que ´todos los hombres son creados iguales´ de la Declaración de Independencia; ni que el sistema de elección presidencial indirecta tiene mucho que ver con la esclavitud por el Compromiso de las tres quintas partes (art. 1 de la Constitución de los EE UU, abolido por la Decimocuarta Enmienda en 1868) que se transfirió a la asignación de votos electorales y que (como recordaba no hace mucho en el New York Times Alexander Keyssar, profesor de Historia y Política Social en Harvard) convirtió a los estados del sur «en los beneficiarios políticos de lo que equivalía a una cláusula de ´cinco quintos´: los afroamericanos contaban plenamente para la representación (y, por lo tanto, los votos electorales), pero volvieron a ser privados de sus derechos a pesar de la decimoquinta enmienda», determinando así que incluso «mucho después de la abolición de la esclavitud siguieran resistiendo cualquier intento de reemplazar el Colegio Electoral con el voto popular nacional». No deberíamos olvidar, para terminar, que en el Índice de Democracia que desde 2006 publica anualmente la Unidad de Inteligencia de The Economist, Estados Unidos pasó en el año 2016 de estar en el grupo de Full Democracy (países con democracia plena, en el que España figura en el puesto 17 con igual puntuación que Austria y por encima de Francia o Portugal) al de Flawed Democracy, países cuya democracia presenta alguno o varios puntos débiles, en el que seguía en el último publicado (enero de 2019) en el puesto tres, por debajo de Corea del Sur y Japón.

Y mucho me temo que las manifestaciones de protesta por las muertes de negros asfixiados o tiroteados sin más por la Policía o las de grupos armados hasta los dientes a las puertas de los centros de votación durante los recuentos de la semana pasada, por poner solo dos ejemplos, no van a ayudar a que cambie de posición en el próximo.