Estoy bastante cabreada desde el domingo pasado, primero me contraprograma el presidente del Gobierno quitándome los focos a mi persona y la difusión de mi columna semanal, saliendo a la hora del aperitivo dominical, desviando la atención de 'disfrutarme' con una cerveza, para decirnos que la cosa se está poniendo complicada y que va a proponer en el Congreso un estado de alarma de seis meses; su gabinete de comunicación debe de tomarnos por tontos, y atrás queda «Juntos salimos más fuertes» para meternos ahora por los ojos, «España puede». Y por si fuera poco nos habla de moral de victoria, y mira, Pedro, por ahí no paso.

He defendido durante meses la unidad, el diálogo ante el ruido y las crispación, he defendido que no era el momento de politizar la crisis sanitaria y que había que apoyar al Gobierno sin fisuras, pero no sé si será el cansancio, el hartazgo o qué, pero empieza a costarme defender tanta propaganda.

Decía la OMS el pasado viernes que vamos a tardar en salir de esta pesadilla por la politización y la falta de compromiso de unos y otros y no puedo estar más de acuerdo.

Puedo entender todo, he dicho en muchas ocasiones que no me gustaría estar en el pellejo del Gobierno actual, porque tomar decisiones en estos momentos debe ser muy complicado, pero tengo la sensación de que vamos como pollo sin cabeza, se toman decisiones que horas más tarde se anulan, cada Comunidad autónoma tiene unas necesidades y exige unas medidas, no hay unidad, no hay trabajo en equipo, hay mucho ego e ideologías que parecen poder más en las reuniones que la toma de decisiones.

Recuerdo cuando las Comunidades pedían tener capacidad de decisión y no depender del mando único; ahora, cuando la tienen, se cagan y son incapaces de gestionar sus competencias, y entonces qué, somos los ciudadanos los que sufrimos el caos en la gestión de esta pandemia, y es normal que perdamos la confianza, las ganas de seguir adelante y el optimismo.

Qué gran error cometió el Gobierno en verano cuando nos dejaron salir trasladando un mensaje triunfalista, que gran error han cometido las Comunidades autónomas relajándose y no siendo previsores ante lo que sabíamos qué se nos venía encima en cuanto nos pusieramos una rebeca y llegara el frío y, vuelvo a lo mismo, quienes lo estamos pagando somos los ciudadanos, quienes están sufriendo otra vez son las residencias, donde los brotes vuelven a cobrarse la vida de muchas personas mayores que podríamos haber evitado. Nuestros jóvenes se fuman un puro y siguen desbocados, siguen con sus botellones y sintiéndose inmortales a pesar de ser ahora vulnerables ante el virus, no hemos sido capaces de trasladar un mensaje contundente en su lenguaje que les haga entender que esto no es una broma.

¿Qué han estado haciendo, señores políticos todos estos meses? Puede parecer injusta mi denuncia, por su agotamiento, pero les va en el sueldo, si no son capaces díganlo, pero basta de su pésima gestión. No han reforzado la Sanidad pública, no han reforzado la atención primaria, eso sí, se han hinchado a hacer homenajes y darse golpes de pecho, pero los golpes de pecho y los reconocimientos no salvan vidas.

Se ha hecho mal, estamos casi desbordados, no me vale que digan que vienen semanas y meses difíciles, no me vale. La inmensa mayoría de los ciudadanos estamos cumpliendo con las restricciones, y parece que lo que viene por delante es un encierro total de nuevo, y sólo de pensarlo me corre un escalofrío por la nuca. Hemos tenido tiempo suficiente para aprender a convivir con el virus y hacer una vida sin abrazos, ni afectos, pero recuperando la rutina, que tanta falta nos hace a todos. La vida nos cambió y parece por cómo estamos ahora que nunca nos lo creímos. Hemos demostrado como sociedad ser egoístas, inconscientes y no sé cuántas cosas más. Se puede ayudar a la hostelería con responsabilidad, salir a cenar o a comer, se puede ayudar al comercio, se pueden hacer muchas cosas, pero para ello también se necesitan mensajes contundentes, tomar decisiones valientes y haber hecho los deberes desde junio, cuando salimos a la calle.

Me parece erróneo y muy desafortunado el mensaje que ahora se pretende trasladar para ver si somos capaces de salvar la Navidad. Pero qué Navidad, ¡señores! Volvemos a hacerlo mal como en verano y llegará finales de enero y esto será un horror.

Déjenme que siga con el cabreo, porque el martes nos desayunamos la Pedrojota Party, y claro, a mí me dieron ganas de sacar un lanzallamas. Está claro que se cumplían las medidas de seguridad, bla bla bla. Pero no se trata de eso, se trata de dar ejemplo, se trata de empatía. Cuatro ministros, entre ellos el de Sanidad, con dos cojones: Salvador, Pablo Casado, Teo García, Martínez Almeida, López Miras, Arrimadas, y no sé cuántos más acudieron a rendir pleitesía al señor de los tirantes. Iban con mascarilla, vale, que el ministro no se quedó a cenar, vale, que había separación en las mesas, vale, pero me pregunto: ¿en qué pensaban los jefes de gabinete para dejar que acudieran a tan magno acto, ya que no salió de ellos declinar la invitación ante la pandemia mundial a la que nos enfrentamos? ¿Se acuerdan de Homer Simpson y el mono con platillos que hay dentro de su cabeza? Pues eso.

Y llega el debate del estado de alarma en el Congreso. Recuerden que sus señorías votaban una prórroga de seis meses, lo que viene siendo hasta mayo con restricciones, y qué quieren que les diga, esperaba que el presidente del Gobierno fuera el que defendiera en pleno ante los demás grupos políticos esta prórroga. Se que muchos de ustedes ahora me dirían: te lo dije, y desde ya les digo: odio al típico cuñao que lo sabe todo y que dice la frasecita. También les digo que esperaba por parte de varios parlamentarios que acudieron a la Jota Party que pidieran disculpas al menos, pero solo el ministro Illa fue capaz de reconocer el error, y aunque no me vale, le aplaudo.

Tengo la sensación de que nuestra clase política no es capaz de asumir errores, porque parece que no se equivocan nunca, y me da mucha pena que el ego de todos ellos no quepa en el hemiciclo del Congreso de los diputados. ¡Cómo no vamos a estar hartos! Ojalá sus señorías pasaran por la calle Ave María en Madrid a partir de las siete de la tarde y vieran la cola de personas sin techo que acuden a por una bolsa con comida cada tarde, ojalá sus señorías nos tuvieran un poco más de respeto, porque vamos muy tarde, mucha gente se va a quedar en la calle y vamos a pasar mucho hambre.

Quizás vamos directos a un confinamiento total en el que Carlos del Amor sea el único que nos devuelva la esperanza cada día en el Telediario, quizás vamos a la ruina de un país que pudo hacerlo mejor, pero de qué vale lamentarse ahora. Quizás es momento de hacer autocrítica e intentar valorar qué estamos haciendo mal e intentar reconducir la situación. Quizás estoy agotada y no veo el optimismo ese que dice Ayuso que tenemos los españoles para venirnos arriba ante lo que estamos viviendo.

Pero ¿saben qué les digo? Que es tiempo de calaveras y tenorios, es tiempo de recordar con alegría la vida de los que se fueron y a los que quisimos porque hemos tenido la suerte de compartir la vida con ellos. Es tiempo de vivir la muerte como en Méjico y brindar por los que ya no están, es tiempo de Don Juan y Doña Inés y su amor imposible. Prefiero quedarme con esto en estos días.

Nunca pensé que mi complicada situación familiar sería mi salvoconducto para poder ir a casa y cuidar a los míos en estos tiempos de encierro. Así que voy a celebrar mañana la vida y mi 43 cumpleaños con 150 personas, eso sí, separados en mesas de seis.