El virus vuelve con fuerza y ya estamos todos bajo toque de queda. Creo que las depresiones se van a empezar a notar ahora, cuando el cansancio de esta vida disminuida se junte con la oscuridad del invierno, el temor a un nuevo encierro, el desaliento colectivo ante una lucha cuyas jornadas se cuentan por derrotas. Las calles del centro siguen repletas de gente en las terrazas, resignada a la mascarilla y el distanciamiento, pero deseosa de seguir disfrutando del aire mientras todavía se pueda respirar. Las tiendas siguen abiertas con el resplandor de sus bellos negocios. Pero eso también se va a acabar. Vuelven las palabras, los gestos, la mirada perdida del presidente en sus fantasmales comparecencias.

Mis alumnos siguen con ánimo, entran en el aula cada mañana con la misma disciplina y serenidad, aunque esta semana los he visto muy silenciosos, como si sospecharan que también sus horas de clase están contadas. Los adolescentes ven pasar sus años dorados con la perplejidad de quien siente que ha perdido algo cuando todavía no había llegado del todo y se quejan en voz baja: ¡ya no volveremos a tener 16! Si la primavera se recuerda como un agujero vacío, el verano se ve con la repentina y brutal lejanía de un paraíso perdido. No lo saben, no lo pueden comprender, pero están perdiendo cosas antes de tiempo.

No hay otro tema de conversación. Me pregunto si no nos estará empobreciendo todo esto al hacernos olvidar la variedad y riqueza de la vida, que antes nos desbordaba y nos incitaba a pensar en cosas que ahora dejamos de lado o aplazamos como si ya no fueran importantes. Y no sabemos ya dónde depositar nuestras esperanzas, como si hacerse ilusiones fuera un lujo que no nos podemos permitir. Antes nos preguntábamos, como quien habla por hablar, si de esta saldríamos mejores. Ahora empezamos a entender el verdadero significado de la palabra distanciamiento. La distancia era esto y si dura un poco más quizá ya no encontremos la forma de volver.

Sin embargo, todavía quedan optimistas como el psiquiatra Luis Rojas Marcos, que pone toda su fe en la capacidad demostrada por el ser humano de superar las adversidades. Esta semana nos daba algunos consejos: hacer algo, controlar los impulsos negativos y pensar en que si nos lo proponemos las cosas mejorarán, crear la esperanza y no esperar a que ella crea en nosotros, ejercitar la memoria positiva, buscar palabras buenas para nombrar los sentimientos, apoyarse unos a otros, no tener miedo, reírse, combatir el dolor, etc. Es decir, todo lo que yo no he hecho en este triste artículo.