Cada año por estas fechas tengo una tensión extraña. Se acerca Hallowen y, por una parte, abomino de las tradiciones importadas y por otra me encanta esta nueva festividad popular.

Esta tensión la tengo, claro está, desde que tengo hijas. Anteriormente mi preferencia absoluta por las tradiciones mediterráneas de las noches de difuntos en relación con las máscaras, las piñatas, el truco o trato, y tanta tontería, era predominante. Sin embargo, la tremenda ilusión de mis crías con todo lo relacionado con Hallowen me borró de un plumazo cualquier puritanismo cultural, y hasta ideológico, de este tipo.

Veo en mis niñas y en sus amigos y compañeros de cole una atracción hipnótica, divertida y tremendamente lúdica por los vídeos de canciones infantiles con calaveras, las chuches terroríficamente tematizadas, la decoración con telarañas, los disfraces, los sustos y los complementos. Y qué quieren que les diga: una ilusión así te desarbola y les da la vuelta a los convencimientos previos. Si, como en este caso, la cosa finalmente es tan intrascendente, bienvenida sea la reconversión cultural.

De modo que me he hecho, transitivamente, un fan de Hallowen. Y como ya he contado alguna vez, para buscar algún tipo de autojustificación a mi nueva orientación cultural me entero por wikipedia que esta celebración no es, como muchos piensan, una costumbre yanqui inventada prácticamente por Hollywood desde hace un par de años, sino una festividad que ancla sus raíces en la tradición celta. Mucho más tarde fue la Iglesia la que intentó sustituir la fiesta pagana en homenaje a los difuntos por el día de Todos los Santos, que quedó fijado en la tradición de nuestras latitudes.

Y también supe que allá por mitad del siglo XIX, fueron los inmigrantes irlandeses los que arraigaron en Estados Unidos y Canadá una tradición que es en esencia europea e introdujeron, por ejemplo, la calabaza hueca con una vela dentro como su principal seña de identidad. Aunque también leo que, efectivamente, fue ya en 'territorio yanqui' cuando en los años 20 del pasado siglo se empezaron a celebrar los grandes desfiles de Hallowen y que a finales de los años 70 y principios de los 80 la festividad se internacionalizó gracias al cine americano.

El caso es que esto es lo que hay. Hallowen ha llegado para quedarse, aunque en este año las restricciones y las mascarillas le van a restar mucho lucimiento, para lagrimones de mis crías, las pobres, que saben que la celebración en el cole no va a ser lo super divertida y requeté chupi de otros años.

A lo mejor es buena idea abandonarse y reconocer que es posible compatibilizar Hallowen con el disfrute de las preciosas tradiciones autóctonas de la noche de difuntos. No sé, a lo mejor se trata de ir este año, si el coronavirus nos deja, a visitar el cementerio, comer huesos de santos, ver el Don Juan Tenorio o acompañar a los Auroros, pero vestidos de vampiros.