La ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, en la presentación del anteproyecto de Ley del Teletrabajo inició su discurso con estas palabras: «La norma inaugura una ola de reformas legislativas incardinadas en el siglo XXI, lo va a cambiar todo».

Son palabras muy esperanzadoras. En el debate previo a la presentación de la ley hemos escuchado con frecuencia hablar del derecho a la desconexión digital. En nuestra vida cotidiana seguimos hablando de los problemas de la conciliación y hemos observado cómo muchas personas preferían volver a la sede de su puesto de trabajo porque en sus casas soportaban continuas interrupciones rodeados de sus hijos e hijas que con frecuencia irrumpían en el lugar donde trabajaban.

Pero estas condiciones de trabajo se han considerado normales durante mucho tiempo para una gran mayoría de mujeres que ejercían su profesión en el hogar familiar, además de realizar las tareas de reproducción y cuidados. Como estos trabajos no se miden con la vara del dinero siempre han sido invisibles.

En el carnet de identidad de las mujeres casadas en el lugar de la profesión aparecían las siglas SL, 'sus labores'. Las amas de casa eran 'el ángel del hogar'. Estas son algunas de las expresiones que se utilizaban para ocultar un trabajo que siempre se ha realizado sin límite de horario y sin un espacio propio si hacemos excepción de la cocina.

Por eso creemos que es un buen momento para hablar de algunas profesiones que las mujeres han ejercido mayoritariamente en el hogar.

Hoy hablaremos de las modistas y las sastras, a veces llamadas sastresas en lenguaje coloquial. Estas profesionales que puntada a puntada han sostenido gran parte de las economías familiares y han sufragado las carreras profesionales de sus hijas e hijos. Muchas mujeres, gracias a estos trabajos que realizaban en sus casas, consiguieron una independencia económica que las libró de un matrimonio no deseado o de convertirse en solteronas, un calificativo hoy felizmente en desuso. La solterona tenía que ser amable y servicial con todos los miembros de la familia, porque de esa servidumbre dependía su supervivencia ya que no tenían recursos propios.

Ya sabemos que la costura ha sido un trabajo que durante siglos han ejercido mayoritariamente las mujeres. Pero hoy queremos destacar algunos aspectos de modistas y sastras que con frecuencia no han sido suficientemente valorados.

Su trabajo había ocupado un gran espacio en nuestra sociedad hasta que la producción en serie las fue desplazando. Con frecuencia habían asistido muy poco tiempo a la escuela. La educación de las mujeres se sacrificaba para dedicarlas a ayudar en la crianza de las hermanas y los hermanos más pequeños. A muchas de estas mujeres se les permitía por la tarde asistir a las clases de corte y confección, pero este aprendizaje estaba destinado sobre todo a completar su formación de futuras esposas y madres. Muchas supieron transformar estos conocimientos en una profesión.

Manejaban con destreza medidas y volúmenes. Conocían muy bien el cuerpo femenino, dominaban la textura y calidad de los tejidos, así los adaptaban la perfección a las necesidades de sus clientas. Copiaban de los figurines los modelos de vestidos y los transformaban y eran ellas mismas las que sugerían la forma, color y detalles de los trajes. Hoy lo llamamos diseño. Dirigían talleres donde trabajaban auténticos equipos. Las costureras estaban organizadas por categorías, desde las aprendizas hasta las oficialas.

Es curioso cómo la palabra oficiala se usaba con total naturalidad en el vocabulario cotidiano, sin embargo hoy es muy poco frecuente utilizarla para nombrar a una mujer que ejerce una carrera militar.

Otra profesión, también vinculada a la aguja y que nunca estuvo suficientemente valorada, es la de sastra, una profesión difícil y muy especializada. Las prendas del traje de caballero llevaban muchas horas de trabajo: solapas, forros, bolsillos ocultos? por eso era tan caro y, entre las clases populares, si alguna vez se compraba uno, era para toda la vida. De la boda a la tumba.

Todos estos trabajos se realizaban en las casas, sin horarios ni días de descanso. Los domingos se dedicaban a las tareas domésticas que no se podían hacer durante la semana. La vida social de estas profesionales era muy limitada, salían poco de casa. Sólo para visitar a algún familiar enfermo, asistir a algún funeral y poco más.

Por supuesto la mayoría no ha podido disfrutar de una pensión. Algunas en época tardía se pagaban ellas mismas su cotización como empleadas domésticas, apareciendo como empleador algún familiar o amigo.

Es importante recordar estas condiciones de trabajo, ahora que entre los derechos laborales hablamos de la desconexión entre el trabajo y la vida privada.

Hay que mantenerse alerta: el teletrabajo puede suponer una vez más la potenciación de la agotadora doble jornada de muchas mujeres.

Durante la pandemia la distribución de las tareas del cuidado ha sido desigual. Además, las mujeres están desapareciendo del debate público.

La secretaria confederal de CC OO Elena Blasco destacaba que las mujeres están más afectadas por la alta tensión del trabajo y los cuidados, que está empeorando la salud del 41% de ellas y que el 64% tiene riesgo de mala salud.

De nuevo resuenan las palabras de Simone de Bouvoir: «Nunca olvides que una crisis política, económica o religiosa será suficiente para que los derechos de las mujeres sean cuestionados».

Hoy se suma la crisis sanitaria.