No es de extrañar que se pregunten, ¿qué o quiénes son los acholi? Son una etnia que habita en asentamientos de la ciudad de Gulu, en Uganda, país del África oriental periódicamente golpeado por el virus del ébola. Este patógeno, con una mortalidad superior al 50 por ciento, nos puso la carne de gallina en 2014 cuando uno de sus brotes infectó a varios misioneros y monjas en Liberia, cuya repatriación y cuidados provocó el primer contagio en Europa, el de la enfermera T eresa Romero.

A pesar de ser identificado en 1976, es el gran desconocido. Lo cuenta el divulgador científico norteamericano David Quammen en su libro Contagio: no se sabe su origen, qué animal usa como reservorio ni cómo se trasmite a los humanos. No existe vacuna ni tratamiento farmacológico.

Como escribía, una de las cepas más virulentas de la familia del ébola conocida como 'Sudán', atacó en el 2000 en Gulu y dos poblaciones vecinas. Sumó 425 afectados y dejó 224 muertos antes de desaparecer con el mismo sigilo con el que llegó.

Según Quammen, los frustrados investigadores del Centro de Enfermedades Contagiosas de Atlanta, enviados por la Organización Mundial de la Salud, entraron en contacto con los acholi, que les refirieron cómo interpretaban estas desgracias y las combatían desde sus ancestros ante históricos azotes como la viruela o el sarampión.

Los ancianos de la tribu, una vez constatada la presencia del espíritu maligno que vengaba los ataques del hombre a la Naturaleza -esa era su explicación 'científica'-, decretaban un catálogo de medidas que, sorprendentemente, es el mismo que hoy, en el que una sociedad avanzada, tecnológica y avezada en la ciencia tiene que enfrentarse al coronavirus.

Los sabios de Gulu apartaban en cuarentena, a unas chozas del exterior del poblado, a los enfermos y sospechosos de estarlo. Designaban a los encargados de cuidarlos y limitaban los desplazamientos entre asentamientos vecinos prohibiendo el mercado y consumo de carne de animales encontrados muertos.

Decretaban la abstinencia sexual, prohibían los velatorios donde la costumbre de despedir al finado por parte de los familiares era abrazarlo y suspendían las danzas para evitar aglomeraciones de nativos.

Si a los acholi esto les funciona y garantiza su supervivencia como tribu es por la existencia de una autoridad respetada y por responsabilidad del colectivo que la secunda con disciplina.

Ya ven lo que pasa aquí cuando se supone que estamos a años luz de aquellos que parecen tan primitivos y no lo son tanto.