Nada como no tener responsabilidades, como no aportar nada, ni tiempo ni dinero, nada como estar a verlas venir, apoltronado en la recurrente y cómoda excusa de tus muchas responsabilidades, de tus infinitas obligaciones, de que las 24 horas del día se te quedan cortas. Nada como no hacer nada para que, luego, te puedas permitir el lujo de criticarlo todo, de echar por tierra el trabajo y el esfuerzo de los demás, de ridiculizar y menospreciar sus decisiones y hasta de insultarlos con improperios y alusiones a una supuesta estrechez mental que tú, cuyos genes incorporan las virtudes de un visionario, superas con creces. Porque tú lo sabes todo, porque tú sabes de todo y de todos. Y nos lo vas a explicar.

En este nuestro bendito país, todos llevamos un árbitro dentro, un seleccionador, un juez, un experto y experimentado analista de cualquier materia y en cualquier ámbito y, por supuesto, un político mejor que cualquiera de todos esos inútiles, paniaguados, abrazafarolas y, sobre todo, corruptos a los que nosotros mismos acudimos a votar en masa religiosamente.

Sabemos dar lecciones como el mejor de los maestros, pero no estamos abiertos ni dispuestos a recibirlas ni a que nos las den. Porque lo sabemos todo, todo y todo.

Sabemos que lo mejor en estos tiempos del coronavirus que nos ha tocado vivir es aislarse y encerrarse en casa y que cuantas más medidas restrictivas nos impongan, mejor para todos, para parar la creciente cifra de fallecidos. O quizá lo que sabemos es que tanta norma y tanto encierro es lo que nos destruye y lastra nuestra economía hasta llevarnos a la miseria y a la muerte.

Sabemos perfectamente qué hacer con los cientos de inmigrantes que han llegado en pateras en las últimas semanas. Hay que darles una patada en el culo y que se vuelvan por donde han venido, porque solo traen miseria y enfermedad, porque vienen a quedarse con nuestro trabajo y nuestro dinero. O quizá lo que sabemos es que lo que debemos hacer es abrirles las puertas de par en par para que vengan todos los que quieran porque, ante todo, son seres humanos y aquí tenemos de todo para todos, sin problemas. Como si no costara.

Sabemos que lo mejor para el entorno de nuestro Molinete es construir en su falda varios edificios para repoblar un espacio muerto y abandonado. O quizá lo que sabemos es que nada de inmuebles que impidan la visión de la cima y obstaculicen la exposición y conservación de restos arqueológicos.

Sabemos que la jornada partida en los colegios que aún la mantienen es la adecuada contra el Covid-19, porque evita un prolongado uso de la mascarilla para los niños y propicia la conciliación laboral de numerosas familias en las que los padres trabajan por la mañana y por la tarde. O quizá lo que sabemos es que, indudablemente, somos mayoría indiscutible y sin derecho a réplica los padres que abogamos por la implantación excepcional de la jornada continua, porque se evitan cuatro desplazamientos al día y, por tanto, se reducen las posibilidades y los riesgos de contagio.

Somos auténticos profesionales y acreditadísimos expertos en lo nuestro, en defender lo nuestro, lo que nos preocupa, lo que nos importa, lo que nos conviene, lo que nos interesa. Que levante la mano quien no se mueva por su propio interés a la hora de posicionarse ante cualquier disyuntiva que se le presente y que, obviamente, le afecte de forma personal e intransferible.

Nadie tiene ni debería tener carta blanca para hacer lo que quiera, cuando quiera y como quiera. Nadie está en la verdad total y absoluta de nada, porque si no, sería Dios. Nadie debe ni debería imponerse al otro porque sí, sin más argumentos que la fuerza, una mayor autoridad o por la iluminación divina que refulge e inunda nuestro corazón, nuestra alma y nuestro ser con toda su fuente de sabiduría.

La vida nos arrastra sobre un camino de opciones constante y siempre he defendido que no existe el camino de en medio, que para avanzar hay que posicionarse, que no valen medias tintas y que resulta casi imposible ser neutral, que hay que mojarse. Ello no implica que tengamos que escoger siempre las grandes avenidas, llanas y espaciosas, libres de riesgos y peligros. A veces, nos toca elegir el sendero estrecho y tortuoso, repleto de repechos y dificultades, sumamente largo y complicado, pero que, al final, nos colma de beneficios y recompensas.

Dios me libre de dar lecciones a nadie, solo reflexiono en voz alta y expongo que nuestra principal asignatura pendiente, la que todos suspendemos, la que nos costará horrores aprobar es la del respeto. Y entonces, solo entonces, empezamos a hablar de ponerse en el lugar del otro, entender sus circunstancias y argumentos y de ser capaces de sacrificar nuestro bienestar por el bien común.

Aunque quizá lo mejor sea confinar nuestras ideas y pensamientos contra cualquier teoría o argumento externo y ajeno que no nos beneficia en nada ni es de nuestra incumbencia. Quizá lo mejor sea la rebelión y la revolución contra el otro, contra los otros. Quizá lo mejor sea la autodictadura de nuestro whatsapp. Como cantaba Mecano: «Y lo que opinen los demás está de más».