La foto que acompaña este texto es la de la apertura del año judicial 2019-2020 en España, todo hombres, como se puede ver. En la apertura del año 2020-2021 afortunadamente ya hay dos mujeres, algo que, aunque insuficiente, pues seguimos estando infra representadas, supone un tímido avance con respecto a años anteriores. Pero la realidad es que durante demasiado tiempo esta ha sido la imagen oficial de la Justicia en nuestro país: ni una sola mujer.

Este hecho es aún más doloroso si tenemos en cuenta que en esta profesión existe una mayoría de juezas: el 53,9%. Ya hay en nuestro país más juezas que jueces y a pesar de ello, han tenido dificultades para llegar al Tribunal Supremo. Aquí tenemos el fiel reflejo de una justicia masculinizada en la que el testigo del poder pasa de un hombre a otro. Si alguien cuestiona la existencia de un techo de cristal, esta foto es una demostración empírica. Demuestra también que no ha habido en España voluntad política por corregir una asimetría que afecta a uno de los pilares básicos de toda democracia como lo es la administración de la Justicia. Todo ello a pesar de las recomendaciones internacionales que animan a corregir estas desigualdades promoviendo acciones que favorezcan el acceso equilibrado dentro de la carrera judicial. Si no se hace así, nuestro texto constitucional no será más que papel mojado.

La presencia residual de las mujeres en el ámbito del poder judicial expresa una falta de democracia paritaria. Es evidente que la calidad de la justicia se ve afectada por este desequilibrio que ha sido una constante durante toda la historia de nuestra democracia. Este hecho tiene «un efecto multiplicador porque las sentencias del Tribunal Supremo se integran en el 'ordenamiento jurídico' por la vía de la jurisprudencia, vinculando a más de 5.000 jueces y juezas de todas las jerarquías y jurisdicciones», según un comunicado de la Asociación de Mujeres Juezas de España, cuyo lema da título a este artículo.

Este desequilibrio tiene su reflejo en sentencias como la de La Manada, ampliamente contestada en las calles, en la que una interpretación sesgada de la Justicia ha tenido dificultades para ver violación en el asalto sexual a una joven por parte de cinco hombres. Si en el conjunto de la judicatura no está correctamente representada la experiencia humana, femenina y masculina, es difícil que se imparta una justicia que merezca tal nombre.

En un mundo globlalizado como este, la falta de paridad en la judicatura no existe sólo en España, por desgracia. Este sábado ha muerto la jueza estadounidense de origen ucraniano Ruth Bader Ginsburg, segunda mujer en la historia de su país en ser designada para el Supremo. Ella ha sido un referente en el mundo de la Justicia y dedicó toda su carrera a la lucha por la igualdad legal de género y a los derechos civiles. Ruth Bader Ginsburg (conocida por sus iniciales R.B.G.) formaba parte de la Corte Suprema estadounidense, constituida en este momento por cinco jueces conservadores y cuatro progresistas. Se trata de un puesto vitalicio y el vacío que deja su muerte debe ser ocupado por otro juez o jueza, cuyo nombramiento depende de Donald Trump, con quien la jueza tuvo serios encontronazos (ella le tildó de 'farsante', comentario del que tuvo que retractarse públicamente). Hay razones para temernos lo peor. Recordemos aquí que Trump consiguió durante su mandato que dos jueces conservadores accedieran a la Corte Suprema, uno de los cuales, Brett Kavanaugh, estaba acusado de abusos sexuales. Este juez compartía puesto en el Tribunal con Ruth Bader Ginsburg: una jueza feminista junto a un juez bajo sospecha de abusos sexuales. No se nos ocurre ejemplo que exprese mejor hasta qué punto es imprescindible una presencia paritaria en el ámbito de la judicatura. Una Justicia desigualmente representada no es Justicia.