Ana Martínez Vidal será designada coordinadora de Cs. La decisión de la dirección nacional de ese partido está tomada desde hace meses, y para todos los observadores era evidente tras la creación de la gestora regional que coordina la organización a partir de mediados del pasado enero, cuyo sesgo es inconfundible, tanto en lo político como en lo personal. Podría decirse que este enunciado no es noticia, ya que se ha venido dando por supuesto. La novedad, y no pequeña, es que a la vez se pretende que Isabel Franco ceda la vicepresidencia del Gobierno a Martínez Vidal para hacer coincidir en ésta el liderazgo del partido con el institucional.

Si la designación se hace esperar es por dos motivos de diferente naturaleza. De un lado, la persistencia de la pandemia no invita a ofrecer la impresión de que Cs, partido de Gobierno con competencias directas en lo sanitario (residencias de ancianos) como en lo económico (ayudas a los sectores empresariales afectados más políticas de empleo), está atendiendo a cuestiones internas en momentos socialmente críticos. De otro, la dirección nacional pretende cuidar que esta operación se desarrolle sin convulsiones orgánicas, de modo que viene haciendo consultas con las personas directa o indirectamente afectadas por los cambios a fin de que no se deriven consecuencias negativas para la imagen del partido.

Los dos dirigentes principales del staff nacional de Cs por debajo de Inés Arrimadas, Carlos Cuadrado, vicesecretario primero, y José María Espejo, vicesecretario adjunto, citaron en la sede nacional el pasado mes de julio a Isabel Franco, quien protagonizara el cartel electoral del partido en las autonómicas y ostenta la vicepresidencia del Gobierno regional junto a la consejería de Política Social, para informarle de que Martínez Vidal, portavoz del Ejecutivo y consejera de Empresa, sería la nueva líder regional, un cargo al que Franco aspiraba, como expresamente anunció en su momento en un artículo publicado en este periódico.

Da la impresión, a juzgar por el malestar existente entre ciertos miembros del equipo de la vicepresidenta, que Cuadrado y Espejo no fueron especialmente delicados ni amables en el modo como le comunicaron la noticia. Pero, al parecer, dado que en Cs no se da oportunidad a la militancia de manifestar su preferencia en la elección de sus líderes autonómicos, y todos están de acuerdo en que esto corresponde al arbitrio de la dirección nacional, Franco aceptó ser la perdedora del 'pulso de damas' que se viene produciendo desde antes incluso del inicio de la actual legislatura. Sin embargo, en esa reunión en la sede central, Franco no debió captar que también la separaban de la vicepresidencia, o bien sus interlocutores se reservaron esa revelación para comunicársela expresamente después. Y así lo hicieron: la encomienda a Martínez Vidal para dirigir el partido llevaba añadido el suplemento de la vicepresidencia del Gobierno.

En este punto, según se desprende de su entorno, Franco no parece estar decidida a transigir. Debe entender que ese cargo le corresponde por su función en las elecciones como líder de la candidatura. Por otro lado, el rango político de la vicepresidencia compensa la labor de remera en un puesto, Política Social, especialmente conflictivo.

Pero en Cs, los cuatro vicepresidentes de las Comunidades en que gobiernan en coalición con el PP (Andalucía, Castilla-León, Madrid y Región de Murcia) constituyen una especie de gabinete de influencia ante la dirección nacional, y ésta, a la que ya le resulta complicado armonizar a versos sueltos como Juan Marín, Francisco Igea e Ignacio Aguado, ha visto la posibilidad de doblegar el eslabón más débil, el murciano.

Cambiar a una vicepresidenta del Gobierno al primer año de una legislatura puede ser entendido como una desautorización a la gestión de la titular, precisamente aquélla a la que Cs promocionó como candidata a la jefatura del Gobierno, lo cual podría parecer una enmienda a las propias decisiones del partido. El equipo de Franco entiende que no hay razones, en términos de gestión, para un cambio de esta envergadura, empezando porque el test de la gestión de las residencias en el contexto covid no admite reproches sustantivos. El relevo en la vicepresidencia obedecería, ante la opinión pública, a cuestiones ajenas a la gestión.

La dirección nacional de Cs debe temer que su propósito de defenestrar a Franco pueda tener repercusiones en el Grupo Parlamentario del partido, por lo que antes de la entrevista con la vicepresidenta llamaron a capítulo a uno de los diputados más entonados con ella, Francisco Álvarez, a fin de convencerlo de que aceptara el nuevo estatus, al parecer sin aquiescencia. La prueba de la inquietud acerca de que el Grupo Parlamentario implosione es que a Franco, despojándola de la vicepresidencia, quieren conformarla con una cartera en el Gobierno, e incluso podrían haberle ofrecido Fomento, que está en el ámbito del PP, lo que significaría una renegociación de la distribución de las competencias de los coaligados.

No es preciso ir tan lejos, en sumas y restas, como van preventivamente los dirigentes de Cs, pero es obvio que si en su Grupo Parlamentario se dieran convulsiones del mismo tipo de las que se han dado en el de Vox probablemente la estabilidad del actual Gobierno habría que calcularla en términos milimétricos. Podría ser una vicepresidencia muy cara.