Cuatro franceses que estaban haciendo turismo en Sevilla violan a dos chicas de quince y dieciséis años en estado de embriaguez. Una mujer policía explica el caso en televisión y se esfuerza mucho por aclarar que NO hubo consentimiento. ¿Por qué se esfuerza? ¿Por qué tiene que aclararlo? ¿Acaso no está claro? Ellas son dos adolescentes en estado de embriaguez y se encuentran en el piso de ellos, que son mayores de edad y las superan en número. Pues hay que aclararlo porque el espinoso tema del consentimiento sigue siendo materia de discusión. Sería pura cuestión de sentido común tal y como se presentan los hechos, pero el patriarcado presiona en sentido contrario: a lo mejor ellas consintieron, quizás iban provocando y fueron ellas las que propiciaron el encuentro, en cuyo caso, incluso si han sido violadas, son ellas las culpables. Estaban bebidas y para el patriarcado una mujer inerte es una ocasión para un cómodo asalto sexual (hay infinitas bromas, chistes, filmes de mal gusto que corroboran este principio). Como están ausentes no pueden decir que no y si no dicen que no, entonces es claramente que sí. Incluso cuando es no puede ser sí, según este criterio. La cuestión es tan perversa que puede la mujer estar muerta y haber consentido.

No se conformaron con violarlas, también lo grabaron en vídeo. Hasta la eclosión de las redes sociales el porno se hacía, digamos, a nivel profesional; ahora se puede llevar a nuestra vida cotidiana. El porno es el márketing de la prostitución y si hasta ahora las violaciones grupales se daban en puticlubs de forma consentida (la mujer en situación de prostitución consiente, puesto que cobra), ahora esas mismas violaciones grupales se pueden llevar tranquilamente a la calle. Y el trivial tema del consentimiento se deja a criterio de los jueces y de la opinión de cada cual. En la violación de La Manada un juez y parte de la población vieron consentimiento (jolgorio, decía el juez). Este es un ejemplo muy válido de hasta qué punto la prostitución nos iguala a las mujeres convirtiéndonos a todas en prostitutas potenciales. Lo único que nos separa de esas mujeres que el patriarcado pone a disposición de cualquier hombre es el consentimiento, que, como hemos dicho antes, es una cuestión que depende del criterio de cada cual. Por eso la mujer policía se esfuerza, con la mejor de las intenciones, en aclarar que no hubo consentimiento.

Tradicionalmente el sexo ha sido siempre una prerrogativa y un privilegio de los hombres. Las mujeres debían carecer de deseo sexual. En mayo del 68 se revisaron los principios relativos a la sexualidad y se extendió la idea de que toda práctica sexual es afirmativa y liberadora. Fue un momento político poliédrico algunos de cuyos postulados ahora se ponen en cuestión. Uno de los aspectos revisados es el papel de las mujeres en aquellos años. Dice el historiador Philippe Artières: «En Francia no hubo una liberación sexual en 1968, era una sociedad extremadamente machista, en la que se esperaba que las chicas prepararan los sandwiches mientras los chicos protestaban». La mujer liberada del mayo del 68 es una que siempre está dispuesta al sexo. En realidad esa es la mujer que reclama la fantasía masculina del machismo.

Ni siquiera se llega a plantear el tema del consentimiento porque ellas siempre quieren. Esa idea ha sido recogida, replicada y ampliada por el neoliberalismo, un neoliberalismo transversal que todo lo coloniza y que se expresa en el tipo de ocio, en el modelo de mujer, en la música, en la publicidad. El tema del consentimiento, repetimos, nunca se ha planteado seriamente. No ha estado en la agenda.

Y así nos encontramos con la violación de La Manada, en la que aún se discute si hubo o no consentimiento y con la violación de esta pasada semana, donde hay que dejar claro, porque siempre hay dudas, que dos niñas ebrias de quince y dieciséis años no consintieron en su violación por parte de cuatro hombres, porque mostraron resistencia. Con lo fácil que es: no es no, sólo sí es sí.