López Miras es un enfermo de la política. Tanto le gusta que la gestión le resulta un estorbo. Sufre el síndrome del científico despistado, genial en el laboratorio, pero incapaz de hacer una tortilla de patatas. No hay que andarse con indagaciones psicológicas, pues él mismo lo proclama. Empezó su andadura ya como presidente electo sugiriendo que había que devolver las competencias de Educación al Gobierno central; cuando el Mar Menor mostró su asfixia, lo primero que dijo fue que del asunto debería encargarse la Administración estatal, y tras la suspensión del estado de alarma por el coronavirus no hay día en que no exija que Pedro Sánchez se encargue del asunto, en contradicción con su líder nacional, Pablo Casado, que desde el primer momento pretendía derivar la crisis sanitaria a las Comunidades autónomas. Ya durante el confinamiento, a pesar de que la gestión de la Sanidad corresponde al Gobierno autonómico, el presidente murciano criticó cada una de las decisiones del central para ahora pedir a éste que tome cartas en el asunto. Incluso pretendió vender que él se había adelantado a dictar el confinamiento en la costa, que curiosamente es una decisión que técnicamente no podía tomar.

En realidad, a lo largo de la crisis sanitaria, vamos viendo con perplejidad que el conflicto político no debiera darse entre López Miras y Sánchez, sino entre López Miras y Casado, pues los líderes populares regional y nacional se contradicen entre sí cada vez que hablan sobre el asunto, hasta que descubrimos que se trata de un juego para que cada cual, desde su respectiva posición, derive sus responsabilidades al adversario común. La consigna es, muy al estilo de la legendaria La Codorniz: «Ni sí ni no, sino todo lo contrario».

Y esto a cada paso. El mantra elaborado desde el Gobierno regional ante la apertura del curso escolar en plena extensión del coronavirus es: «No es posible que se den diecisiete modelos distintos de inicio del curso». ¿En serio? ¡Como si fuera la primera vez! Menudo descubrimiento ha hecho López Miras. Hay diecisiete modelos de sistema educativo en España, entre ellos el suyo, consistente en priorizar la enseñanza privada y concertada sobre la pública, que es la que tiene a su cargo y debería mimar en vez de apelar a 'la libertad' (de los pudientes, se supone) cada vez que abre la boca al respecto, aun a sabiendas de que no existe amenaza alguna para la privada, sino en todo caso, para la pública, sometida a las otras prioridades expresas de su Gobierno.

Cuando el presidente recurre a la evidencia de los 'diecisiete modelos', en realidad no critica un sistema que ya estaba ahí desde que él tocaba la flauta, sino que pide ansiosamente que el Gobierno central le diga lo que tiene que hacer, a pesar de que por sí mismo podría hacer lo más conveniente, ya que dispone de las competencias en Educación y de un sobrepresupuesto para encarar los efectos del coronavirus en el sector que muy probablemente derivará en parte a otros problemas acuciantes de la caja de la Comunidad autónoma, que en diciembre, al final del ejercicio, ya habrá colapsado por enésima vez.

La pregunta que cabe hacerse es: ¿qué más le dará a López Miras cómo inician el curso en la Comunidad Valenciana o en La Rioja si él es soberano para decidir cómo hacerlo en la Región de Murcia? Lo que pretende es que lo decida Sánchez por él a fin de mostrar desacuerdo.

En definitiva, López Miras no quiere gobernar. Gobernar es complicado, un follón. Llama la atención que siendo Pedro Sánchez el presidente de un Gobierno social-comunista, sea reclamado constantemente para atender los problemas competenciales del Gobierno autonómico liberal murciano. Que nos Gobierne Pedro Sánchez mientras López Miras hace política.

Es mejor hacer política, un ejercicio para el que muestra facultades magistrales, que hacer gestión, que a la vista está que no se le da bien y, como no se preocupa en disimular, pretende derivar hacia arriba. En ese territorio, el de hacer política, está fuerte. Es capaz de vender escobas.

López Miras inicia la temporada con toda tranquilidad a pesar de que los problemas se le acumulan. Pero ya está dicho que, según él, no son suyos. Lo que en realidad más le acucia es que Ciudadanos cumpla el pacto de Gobierno y se proceda en este curso legislativo al cambio de la Ley Electoral que podría facilitarle un segundo mandato por elección. El presidente ha superado la etapa de las suspicacias en su propia organización, y ya manda sin reparos, rodeado de la generación PAS, un diseño cuidadosamente elaborado en la etapa tardía de Valcárcel y con su consentimiento que paradójicamente se ha instaurado negando al otrora hiperlíder a partir del recurso al adanismo: el PP empieza con López Miras; lo anterior es lo anterior.

En este trayecto PAS ya no precisa tutelar tanto como al principio, pues el pupilo funciona a satisfacción, como había previsto, y aquél puede dedicarse tranquilamente a sus negocios, eso sí, con un ojo puesto en los concursos de la Administración autonómica. El expresidente se acaba de cambiar de despacho, de Centrofama al edificio del Banco Vitalicio, tal vez por la incomodidad de disponer de un arrendador que concursa al contrato de la televisión autonómica, en el que el papel de influencer se juega a dos bandas. Una vez que López Miras atiende al día a día con pleno conocimiento no es necesario pedir consejo para todo, y menos cuando su primer Gobierno, inspirado por su inicial mentor, no respondió a las expectativas.

Pero López Miras dispone ahora de un padrino impagable: Teodoro García. Y eso que inicialmente tuvieron sus más y sus menos, hasta el punto de que el presidente anuló una iniciativa del secretario general nacional para que Urdazi, el que fuera copresentador del telediario con la reina, se ocupara de la estrategia publicitaria tras el fenómeno de la anoxia en el Mar Menor. Pelillos a la mar. López Miras ha entrado ya por derecho en el círculo de Pablo Casado (el tiket de acceso es complicado de obtener, ya que Teodoro García es muy celoso hasta dar el plácet), y está en la pomada.

La foto de este verano en torno a un caldero en el Mar Menor, días antes de que Casado fulminara a Cayetana Álvarez de Toledo, destila una complicidad de chicos alfa decididos a celebrar que quien le echa un pulso a Teo lo pierde. Todos para uno, y uno para todos, incluido Luengo, el alcalde de San Javier, el hombre en la reserva, en el plan B de un posible relevo que no se producirá si Ciudadanos hace lo que tiene que hacer, es decir, facilitar que López Miras rectifique la Ley Garre (la sombra de Garre es alargada) y pueda volver a presentar su candidatura a la presidencia. Esta constatación ayudaría al presidente a una aclamación más entusiasta en la próxima convención regional del PP, en la que tiene previsto, ya de manera definitiva, rodearse de 'las juventudes' de PAS con proyección de futuro.

Para que este proyecto circule sobre ruedas es preciso que se materialice un acontecimiento que se hace de rogar en un ámbito distinto al del PP, el de Ciudadanos. Es sorprendente que el Dedazo que convertirá a la consejera de Empresa y Portavoz del Gobierno, Ana Martínez Vidal, en la lideresa regional de Ciudadanos no se haya producido en agosto, mes en el que tienen lugar los fenómenos políticos, como el de la defenestración de Cayetana, que quedan solapados por la acumulación de otros al inicio de la temporada. ¿Cuánto hay que esperar para la revelación? La propia Martínez Vidal parece mostrar su impaciencia al exigir incorporarse a la 'comisión Covid', hasta ahora integrada solo por el presidente y los responsables del aparato de Salud (consejero, director general, gerente del SMS), así como al exhibir en Twitter un éxtasis infantil por las posibilidades fotográficas de los atardeceres en el Mar Menor confundiéndolas con su recuperación ecológica, a la que ella cree haber contribuido por forzar en la Ley recientemente aprobada un alejamiento de los cultivos a 1.5o0 metros contra los quinientos a que se limitada el borrador de López Miras, como si el Mar Menor fuera un ente animado que hubiera tenido conocimiento de que hace poco se aprobó una Ley a su favor y ya lo estuviera celebrando. Es decir, aunque sea con ese espíritu de 'viva la gente', tan habitual en la actividad tuitera de la consejera, lo que se deduce es que ya empieza a ejercer como jefa.

Es lo que espera López Miras como agua de mayo en septiembre. Porque la situación electoral indica que el futuro pasa, si dentro de tres años se mantuvieran las tendencias de hoy, que es mucho suponer, por la renovación de un Gobierno de la derecha, pero esta vez con la suma de PP y Vox (o de Vox y PP, que parece lo mismo, pero no lo es), en el que Ciudadanos quedaría al margen. Para que esto no ocurra existe una fórmula, ensayada en el País Vasco con gran beneficio para los de Arrimadas, que de la previsión de no obtener ni un solo diputado han conseguido dos al empotrarse con el PP, incluso a pesar del obstensible descenso de la fórmula en su conjunto. Pues bien, Murcia Suma (una coalición electoral PP-Cs a la que la propia Arrimadas, en abstracto, ha dado aliento al anunciar que podría producirse ese acuerdo en aquellas circunscripciones de resultado incierto para su partido); Murcia Suma, digo, podría rescatar a Martínez Vidal (ya hay quienes la colocan en el número cuatro de la futura lista, como escribí el pasado año), siempre, claro, que Ciudadanos vote lo que tiene que votar (y, además está comprometido a hacerlo en su pacto con el PP: véase el artículo «El puto punto número cinco»). Otra medalla para Teodoro García, que es el ingeniero de este proyecto.

Puede parecer extraño que si PP y Ciudadanos compiten en el mismo estrato electoral, el último facilite las cosas al primero, a sabiendas de que si López Miras sigue manteniendo su actual fortaleza política esto se convierte en un plus a favor del adversario directo, pero todo adquiere una explicación si atendemos al factor humano. Y ese factor está más que pulsado.

Que no quepa duda de que, por encima de la gravísima incidencia del coronavirus y de otras urgencias que la pandemia solapa, el proyecto para esta temporada de López Miras consiste en la modificación de la Ley Garre. Mientras tanto, se las arregla despejando balones hacia el Gobierno central, y en el régimen interno, trasladando a su consejero de Salud, Manuel Villegas, la impopularidad por las medidas de prevención en la hostelería para después venir él con cinco millones bajo el brazo en ayuda del sector. Tres cuartas partes de lo mismo en relación con su consejera de Educación, Esperanza Moreno, quien ya nos explicará si ella dispone de autonomía para administrar los recursos extraordinarios delegados por el Gobierno central para atender a la organización escolar durante la infinita pandemia. En realidad, se trata de un mecanismo simple: las malas noticias las dan los consejeros; las buenas, el presidente. Pero en situaciones de grave crisis, ese recurso tiene un corto recorrido.

López Miras se maneja de maravilla en el arte político. Parece nacido para ese oficio, y en esto es un crak. Pero la gestión de lo público se le resiente, desprecia sus competencias, pretende deshacerse de ellas cuando todo se complica, y apela constantemente a la Administración central, a la que por otra parte considera ineficiente, lo que recuerda a aquel chiste de Woody Allen en que el cliente se quejaba de lo malo que era el menú de un restaurante, y añadía que, además, era escaso.

Qué buen gobernante, si aparte de a sí mismo y con la misma habilidad gobernara esta Región. Pero esto último debe ser que le aburre.