Si les digo que he tenido otro accidente con el coche de sustitución tras el golpe de hace unos días, pensarían que les estoy gastando una broma, ¿verdad? Pues si me pueden ir practicando un exorcismo o contándome cómo se quita el mal de ojo, lo agradecería.

Iba tan tranquila a una reunión cuando el coche de delante frenó en seco para dar paso a un vehículo de bomberos y ¡boom!, le di por detrás. Salí del utilitario hecha un flan, exclamando al cielo: «¡Qué más me puede pasar!», cuando la señora del de delante salió del suyo diciéndome: «Lo siento...».

Me senté en el bordillo sin dar crédito a lo que estaba pasando, sintiéndome realmente gilipollas y con un sentimiento de culpa que caía como una losa sobre mi espalda. Dos coches en tres días; de lo de la distancia de seguridad entre coches y quien la cumple, si eso, hablamos en otro momento.

Tenía que empezar a hacer llamadas de las que no era capaz: a mi hermano, al taller que me había prestado el coche mientras arreglaban el mío, a la persona con la que había quedado...

Mientras el día se me hacía bastante bola, apareció mi ángel de la guarda, alguien bueno y con empatía dentro de un uniforme de policía de tráfico. Alguien de quien solo veía los ojos debido a la mascarilla pero que sería el suegro, padre o amigo que todos querríamos tener. Supo calmarme, darme confianza y hacerme entender que lo más importante era que estábamos bien; supo hacerme respirar y que mi ritmo cardíaco y mi rabia fueran bajando (aunque mi sentimiento de impotencia y de cagarme en el mundo no desaparecen, lo aseguro).

Llamé a mi hermano, que debió flipar al escuchar por segunda vez en una semana: «He tenido un accidente»; al dueño del taller con el culo apretado, sin que me saliera la voz del cuerpo, y al de la reunión para decirle que tendría que ser otro día.

Grúa avisada, parte de accidente rellenado y, más tranquila, tocaba la despedida. Me acerqué al agente de tráfico preguntándole su nombre para darle las gracias; no podía decírmelo, pero su número de agente sí, y lo que sucedió a continuación sólo me podía pasar a mí. Que mi ángel de la guarda tenga el número del diablo, pues qué quieren que les diga, con lo que me va a mí el rock and roll era el cierre perfecto a un día de mierda. Y que suenen los Rolling.