Hace unos cinco años coincidí con Pepe Molina en un plató de televisión cuando acababa de ser elegido presidente del Consejo de la Transparencia. Jamás vi a una persona tan ilusionada por un proyecto que se hacía realidad. A pesar de que no le pillaba en el ecuador de su vida profesional, tenía y tiene la esperanza de que la sociedad madure, que se sea consciente de que es ella y solo ella la que tienen 'el derecho a saber'.

Ya entonces me fastidió decirle que iba a luchar contra molinos de viento, que no le dejarían desde San Esteban preguntar lo que quisiera, y que lamentablemente, en esta Región, como en otras muchas, no se cree en la transparencia, pues eso sería apostar por desnudarse en público, y nadie quiere que le vean sus imperfecciones, sus grasas, y mucho menos sus partes íntimas; me refiero a esas que son inconfesables, y que suelen cohabitar con la conciencia y la debilidad humana.

Ha pasado un lustro, y finalmente el Consejo de la Transparencia ha realizado un trabajo muy difícil y lleno de dificultades, tanto que incluso se le abrió la correspondencia a su presidente. (Fiscalía, ya está bien de marear la perdiz, ¿no?). Se le han puesto piedras en el camino, palos en las ruedas, hasta se ha llegado, presuntamente, a amenazar a personal del Consejo; los tribunales determinarán si fue delito o no coaccionar presuntamente a un funcionario público.

Ya se han escrito artículos sobre la valía y el trabajo desarrollado por este 'joóven' doctor en Economía. Ahora toca elegir un nuevo presidente ¿o presidenta? No tengo ni idea si cobrará salario (Pepe Molina no lo hacía). Si la nueva presidencia pasa a ser asalariada, se acabó el Consejo, igual que acabaron con su independencia todas las asociaciones que han de comer de la mano del amo; si no lo cobra, se abriría una puerta a seguir la línea de actuación que ha marcado el Consejo en los dos últimos años.

Aunque lamentablemente la decisión está tomada, y no es otra que el Consejo de la Transparencia no puede convertirse en la verdadera oposición al Ejecutivo regional, y en eso coinciden los tres socios del Gobierno, por lo que, me temo, la vida inteligente que queda en ese órgano está a punto de desaparecer, y con el tiempo se convertirá en una dirección general más, sin cometido, sin funciones y, lo que es peor, sin sentido.

En esta Región cuando uno pregunta lo que no gusta no se le envía al rincón de pensar; va directamente al cuarto oscuro, donde el señor del saco le está esperando con un mazo, y como dice el refrán, ojos que no ven, corazón que no siente'.

El final del Consejo de la Transparencia está escrito, y es que hace tiempo que se decidió enterrarlo por preguntar demasiado. D.E.P.