Algunos sospechamos desde siempre que nuestra vida discurre acompañada de un prolijo manual de instrucciones que pretenden enseñarnos a vivirla, y no precisamente como quisiéramos. Lo que pasa es que ese enorme código de consejos, mandatos y prohibiciones no está escrito en un único libro de uso, como el que recibimos con el automóvil nuevo, la lavadora flamante o el más pequeño mecanismo o electrodoméstico.

No existe un manual compacto que se titule La vida: Instrucciones de uso, como la novela de Georges Perec.

Las normas, órdenes y preceptos nos salen al paso, topamos con ellos y nos acompañan durante toda nuestra existencia, en pequeñas o grandes dosis, dictados por familiares, amigos, autoridades, religiones, asociaciones, entidades deportivas y, en general, por todos aquellos que se preocupan por ordenar las vidas ajenas más que las propias, desde el principio de los tiempos y desde nuestra más tierna infancia. En esos prolegómenos encontramos los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, y si queda algún resquicio, lo ocupa el rígido mandato familiar: «Niño,/ que eso no se dice,/ que eso no se hace,/ que eso no se toca», chorreo que escuchó Joan Manuel Serrat aquel día que nos pillaron jodiendo con la pelota.

Se trata de instrucciones que, de manera más o menos coercitiva, reglamentarán todos los actos de nuestra vida: en la mesa, en la escuela, en el trabajo, en las relaciones afectivas y en los más pequeños detalles cotidianos, desde «dobla bien la servilleta» y «extraiga la raíz cuadrada de mil trescientos treinta y siete», hasta los categóricos «no seas loco. Sé educado. Sé correcto. No bebas. No fumes. No tosas. No respires», de los que nos da cuenta Gabriel Celaya en la autobiografía de su sinvivir.

Toda ocupación de hombre y mujer biennacidos necesita de orientaciones y directrices, ya sea en forma de mil y una recetas culinarias de viejos cocineros o jóvenes masterchefs, de consejos para disfrutar de la lectura de parte de Ítalo Calvino y otros preocupados por la cultura, de instrucciones para subir una escalera o para darle cuerda al reloj como las de Julio Cortázar, acreditado cronopio, o las siempre imprescindibles que se retratan con pelos y señales en los Grandes Inventos del profesor Franz de Copenhague, como el mecanismo para tocar el timbre sin esfuerzo a la máquina trasladable para coger higos chumbos.

Este nuestro nuevo manual de instrucciones ofrecerá su magisterio o catequesis acerca de actividades y comportamientos sobre los que el lego en la materia, e incluso los más enterados, puedan tener algún asomo de duda. Sin ir más lejos, aquí aprenderá usted las técnicas precisas para bajar (que no subir- una escalera, cazar mangurrinos, comer melón de agua, huir de smartfones y redes sociales, manejar instrumentos inútiles, hablar por no callar, escribir novela histórica o hacerse el tonto y, en definitiva, para desarrollar todo un cúmulo de habilidades para las que no hemos nacido enseñados.

Aunque no deben olvidar que lo mejor y más provechoso es observar estas instrucciones como quien observa las estrellas, desde muy lejos, como más o menos dijo Victor Hugo.