Frente al espectáculo de las numerosas víctimas mortales en Estados Unidos provocadas por desafortunados encuentros de ciudadanos con la Policía, conviene reflexionar sobre las causas de ese brutal y peculiar fenómeno. Peculiar porque Estados Unidos multiplica astronómicamente las cifras de civiles muertos a manos de la Policía en cualquier país europeo. Y esa reflexión se me antoja necesaria como forma de entender la influencia que tienen las instituciones públicas en la vida de las personas y en el comportamiento colectivo de un país. La historia de Estados Unidos no ha podido divergir más en ese aspecto de la su originaria fuente cultural y civilizadora, el Reino Unido.

Como ejemplo cómico de la diferencia entre la realidad norteamericana y la europea en cuanto a comportamiento policial, hace unos días pudimos leer una chocante crónica procedente de Austria, donde a un ciudadano de la capital, Viena, se le había impuesto una multa de quinientos euros por haberse tirado un sonoro pedo que la Policía que patrullaba en los aledaños consideró intolerablemente ofensivo. En el parte policial, los responsables del orden público consideraron importante subrayar que «a nadie se le impone una corrección por dejar que se le escape uno, pero en este caso fue un acto deliberado y atentatorio contra el orden público». La sanción está pendiente de confirmación al poder ser recurrida. Por esta posibilidad, y porque los miembros del cuerpo policial salieron completamente indemnes de la supuesta agresión, podemos afirmar que, en este caso, la sangre probablemente no llegue al río.

Comparemos a lo que se enfrenta la policía en Austria con lo que enfrenta un policía norteamericano en el ejercicio de sus funciones: trescientos millones de armas en poder de particulares. El hecho de que los transgresores puedan poseer armas no justifica la brutalidad policial, ni mucho menos, pero es interesante reflexionar sobre las consecuencias que tiene este hecho diferencial del país más rico del mundo y que aboca, entre otras razones, a la lamentable estadística que he comentado al principio de este artículo.

Otras razones que también merecen un análisis.

La Policía en Estados Unidos es de régimen local, con el famoso sheriff a la cabeza de la patrulla del pueblo. No existe una Policía de ámbito estatal (solo la paramilitar y eventual Guardia Nacional) y el FBI a nivel federal. Eso permite que la supervisión de las actuaciones policiales brille por su ausencia, y lo que predomine sea una fuerte caramadería entre policías que suelen tener parte de su historia personal y familiar compartida. Por esta razón, no es de extrañar que una cantidad desproporcionada de muertes debido a la actuación de la Policía se produzca en ciudades pequeñas, donde el encubrimiento de unos policías por otros es mucho más probable. Algo que la ubicuidad de los teléfonos móviles con sus cámaras delatoras está haciendo cada vez más difícil.

Otra posible razón de la diferencia entre policías europeos y norteamericanos es que en Europa los policías reciben formación durante dos o tres años, una eternidad comparada con las quince semanas de media en el entrenamiento de un policía norteamericano. No todas las Academias de Policía serán como en las películas de la Loca Academia de Policía, pero es seguro que en un cuatrimestre escaso no se puede convertir a un chaval con una limitada formación académica en un policía con la entereza suficiente para resistir la presión psicológica de enfrentarse con un presunto delincuente.

Una de las reivindicaciones de los que protestan en las calles de Estados Unidos en las últimas semanas es precisamente que se creen cuerpos de policías comunitarios que no tengan como función reprimir delincuentes sino ayudar a los ciudadanos en situación más precaria. En definitiva, reclaman que la gente de los barrios más marginados no vea en un uniformado una amenaza sino una posible ayuda ante una situación, por ejemplo, de violencia doméstica, tan frecuentes en este tipo de barrios. Una petición razonable si tenemos en cuenta que el urbanismo ha jugado un papel muy importante en la marginalización de gran parte de la población norteamericana. El fenómeno de huida a los suburbios residenciales por parte de la población blanca de clase media provocó a mediados del pasado siglo el despoblamiento de los centros urbanos. Los negros, carentes de medios para pagarse un 'dream home' en los suburbios (donde por otra parte no eran bien recibidos) e incapaces de financiarse un coche y el consumo de gasolina para desplazarse diariamente a trabajos que solían ser de baja cualificación y consiguiente baja remuneración, quedaron atrapados en esos barrios cada vez más deteriorados por la falta de presupuesto para mantenimiento. Junto con la clase media desapareció el comercio y, de esta forma, las ciudades se volvieron peligrosas para los ciudadanos normales de clase media (blancos, negros, asiáticos o hispanos, daba igual). Enfrentados a la ausencia de trabajo y a ninguna perspectiva razonable de tenerlo, los jóvenes de los barrios urbanos se dedicaron al trapicheo con drogas, y en eso también tuvieron la mala suerte de enfrentarse a la 'guerra contra las drogas' declarada por Reagan en los 80, cuya consecuencia fue básicamente meter en la cárcel al menos a un tercio de la población negra masculina de Estados Unidos.

Enfrentados a una población negra mayoritariamente empobrecida y sin empleo, con una alta población de exconvictos que intentan por todos los medios no volver a la cárcel, y con un alta probabilidad de que estén armados hasta los dientes, hay que entender (que no disculpar) a estos policías entrenados rápidamente y criados en la desconfianza racial llena de prejuicios en sus pequeñas comunidades locales.

Tampoco el marco legal en el que actúan los policías ayuda a que los comportamientos mejoren. No es que haya impunidad total ante el asesinato de un civil desarmado, pero casi. Los procesos judiciales contra la brutalidad policial suelen sustanciarse en poco más que nada en la mayor parte de los casos. La ley y los tribunales protegen el derecho de los policías a utilizar la máxima violencia si perciben que se ven amenazados y, como cualquier cosa que depende de una percepción subjetiva, es difícil de contradecir con hechos, por muy probados que estén.

En resumen, no solo deberíamos estar satisfechos de vivir en una parte del mundo en donde la Policía no provoca temor a la ciudadanía, sino que la propia Policía encargada de mantener el orden, a veces con uso de la violencia, debería estar encantada de no tener que enfrentarse habitualmente a agresiones mayores que un sonoro pedo de un ciudadano socarrón y maleducado.