En los últimos días hemos visto cierta preocupación por la escasa responsabilidad de los ciudadanos a la hora de aplicar las normas de distanciamiento social. Un profesor no se sorprende de estos comportamientos, al fin y al cabo llevamos años denunciando la pérdida de autoridad sufrida así como las continuas faltas de respeto por parte de ciertos miembros (alumnos, familias, AMPAS) de la comunidad educativa. Las imágenes objeto del clamor popular no dejan de ser el día a día en el aula. Haciendo paralelismos nosotros también contamos con grupos muy disciplinados y con otros que no lo son tanto.

Los profesores pertenecemos a un cuerpo de funcionarios concreto y nuestra misión está relacionada con la educación, si bien es cierto que de ella se derivan otras tantas misiones, pero, aún así, continua siendo la enseñanza nuestra misión prioritaria. Prioridad de la que dejamos constancia en nuestras programaciones docentes. También somos funcionarios o como bien dicen los ingleses, 'servidores del Estado', y como 'servidores' hacemos lo que se nos manda porque no hacerlo constituye un ejercicio de deslealtad, como por otro lado de vez en cuando nos recuerdan nuestros superiores.

El confinamiento nos mandó a casa, no de vacaciones sino a tele-trabajar. Hemos regalado nuestra vida (gritos y riñas familiares incluidas) a nuestros alumnos y compañeros, yendo frenéticamente de pantalla en pantalla, sin horas, contestando mensajes cuando llegaban, corrigiendo tareas y actividades a todas horas. Hemos priorizado nuestro trabajo en detrimento de nuestras relaciones familiares. Y siendo así, todavía hay señores a los que semejante empresa y generosidad les parece insuficientes. El principal temor de muchas de estas voces que se alzan contra nuestra profesionalidad es que dadas las circunstancias, no tienen con quién ni dónde dejar a sus criaturas mientras comienza la 'desescalada' y recuperan la normalidad laboral. Se me ocurre que tal vez deberían buscar una figura concreta para ese menester, un canguro, una niñera, un cuidador, en definitiva. No sabía que los centros educativos eran 'aparca-críos'.

Si los centros educativos son 'aparca-críos', puedo entender la indignación de muchos. El mundo del teletrabajo demanda horas y horas de puesta en marcha y como todos los comienzos es duro, pues requiere de mucha entrega y sacrificio. Quizá, en estos días, aquellos que se quejan del trabajo de los docentes hayan estado mano con mano con nuestros alumnos, siendo parte activa del aprendizaje, viendo cómo funcionan determinadas plataformas y ocupándose de su puesta en marcha. No nos engañemos, esta labor de guía no es un extra ni una sobrecarga, sino que es una labor que un día se dejó de hacer o que cada vez se hace menos.

Las circunstancias de hoy no son las de ayer. Las casas están vacías. Nadie cuida de nadie, se busca y se paga a un empleado para que asuma las funciones de guía y de cuidador, con los más pequeños y con los más mayores (ancianos e impedidos). No seamos más hipócritas de lo necesario, pues así cuidamos de los más débiles y menos autónomos: pagando a alguien para que lo haga.

Hubo un tiempo en que había un guardián en la casa llamado madre o hermano mayor. Unas veces eran monitores de ocio y tiempo libre; otras, maestros de apoyo, algunas ocasiones policías, otras jueces, y no pocas veces psicólogos. Eran otros tiempos, tiempos en que tanto la familia como la tribu cuidaban de los suyos, sin necesidad de pagar a terceros, sin necesidad de delegar en otros. Las funciones que dado nuestro rol nos corresponden solemos desplazarlas a otros.

Los docentes no son los padrinos de los alumnos. No se trata de cantar sus alabanzas, solo pido que dejen de hacerlos responsables de la falta de conciliación familiar y laboral en la que vivimos inmersos. Dejen de afirmar que esta carencia se resuelve dejando a los niños y jóvenes aparcados en los centros educativos, como si la tarea del docente se redujera a la contención física de sus alumnos en un espacio concreto.

Tampoco sé por qué me escandalizo, las escuelas como panópticos son recursos habituales desde tiempos inmemoriales. Sin ir más lejos, cuando no se podía hacer frente a las demandas de ciertas criaturas rebeldes se optaba por su ingreso en un internado (otra heterotopía a la usanza de M. Foucault), pero, claro, hoy en día está opción está mal vista; mejor darle leña al mono, que es profesor.