El Leoncio Prado es un colegio militar famoso por su disciplina. A él acuden alumnos de todas las regiones del país. Ricos y pobres se rigen por el precepto de que la ley es igual para todos, un papel que se moja a menudo. Los cadetes ven reducida su vida a un intenso adiestramiento. Están divididos en grupos, según el año de ingreso y las destrezas adquiridas, pero entre ellos pronto surgirán las envidias, las disputas a sangre y las traiciones.

El argumento les sonará a la España Autonómica, pero me refiero a La ciudad y los perros, la novela de Vargas Llosa. El escritor hispanoperuano describe minuciosamente la vida cotidiana de los estudiantes, obligados a cumplir estrictas normas para poder pasar de curso. La disciplina es el elemento más importante, lo que determina la permanecían en la escuela y el éxito para salir de ella. A través de varios personajes, observamos con numerosos prismas el devenir de sus amistades y rivalidades, los odios que se fomentan en las noches de guardia, las trampas y triquiñuelas para salir del Leoncio Prado cuanto antes.

El Estado de Alarma está dejando escenas que he leído antes en La ciudad y los perros. Las fases de desescalada anunciadas por el Gobierno se han convertido en una carrera extenuante por pasar de curso, con rivalidades ancestrales entre Comunidades, que se comportan como alumnos insatisfechos. Los profesores del colegio, o el comité de expertos, esa oscura mano que mece la cuna y cuyos nombres son secreto de Estado (tal vez, porque no hay expertos ni comité) han decidido que Vizcaya pase a la Fase 1, pero Granada o Málaga no, con números mucho más positivos. Los tejemanejes del PNV, piensan algunos. Es el viejo cuento de nuestra España Autonómica, dividida en barracones militares. Unos hechos de madera y otros de mármol. Nada nuevo bajo el sol constitucional.

Uno tiene la impresión de que tras los sesudos estudios se esconde una desescalada a la carta. Tal vez viejas rencillas que saldar, ahora que el Estado de Alarma durará dos semanas más. Los alumnos de este colegio han sabido comportarse de forma impecable. Pero ya empiezan a pesarle los días y las piernas duelen al simular tanto saludo marcial.

El cadete de Granada, cuyo comportamiento ha sido sobresaliente, ve como el de Bilbao sale por las noches de permiso, teniendo un expediente menos brillante que el suyo. En esa larga noche que está viviendo, el granadino mira al techo, las maderas de su litera, mientras a su alrededor sus colegas, en semilibertad, celebran hogueras en la playa. En España todos somos iguales, le han dicho. Y se duerme sin entender muy bien qué es eso de la desescalada y qué tiene ese alumno vasco que todos los profesores le pasan la mano en el examen.