La resurrección no es un mero acontecimiento milagroso que forma parte de la fe cristiana, la resurrección forma parte de la vida misma. Eso es lo que el papa Francisco nos ha mostrado en dos textos únicos en la historia del pontificado. El primero lo publicó el Domingo de Resurrección, precisamente, el 12 de abril pasado. Se trata de una carta dirigida a los Movimientos Populares en el día en el que los católicos celebramos la resurrección de Cristo. El Papa ha querido dirigirse a estos movimientos en el día que expresa el núcleo de nuestra fe, porque ve en ellos la prenda de la resurrección en medio de un mundo convulsionado por el Covid, pero también por el capitalismo inhumano que lacera el mundo. Los que trabajan en los movimientos, nos dice, son «constructores indispensables del cambio impostergable», de un mundo de dolor y sufrimiento. De la misma manera que comparten los dolores de Cristo, así están llamados a compartir su Resurrección. Dicho en palabras de Hölderlin, allí donde está el peligro, crece también lo que salva.

El otro texto ha sido una colaboración en la revista Vida Nueva, con el título Un plan para resucitar. Una meditación. El Papa se prodiga poco en revistas, que lo haya hecho en una española debe tener una lectura en clave de la iglesia local. A nadie se le escapa que hace muy poco que cambió la cúpula eclesial española con un giro hacia posiciones más cercanas a Francisco, pero que ese cambio no termina de cuajar del todo. Debemos leer el texto entre líneas para obtener una lección para la Iglesia española que sigue renuente a la dirección que el Papa quiere para la Iglesia universal.

En el texto destacan tres elementos que forman el núcleo de este pontificado y que el Papa vuelve a recordarnos a todos, pero en especial a los mitrados españoles. Se trata de tres grandes desafíos que ponen en cuestión el modelo social y económico actual: el desafío de la pobreza y la desigualdad, el desafío de la devastación del medio ambiente y el desafío de la lógica clerical. Pero lo más significativo es que el Papa exprese que la condición de la resurrección es precisamente que «las fronteras caen, los muros se derrumban y todos los discursos integristas se disuelven ante una presencia casi imperceptible que manifiesta la fragilidad de la que estamos hechos». La Resurrección de Cristo nos debe llevar a abandonar las posiciones integristas que continúan defendiendo visiones del pasado ante una realidad que golpea con dureza a la humanidad. No es tiempo de crear muros, de montar fortines, al contrario, «este es el tiempo favorable del Señor, que nos pide no conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo», dice Francisco.

Creo que sus propias palabras son suficientes. Quien tenga oídos para oír que oiga.