El cuenco para celebrar la ceremonia del té de Ashikaga Yoshimasa se rompió y fue mandando a reparar a China donde se limitaron a colocarle unas burdas grapas. Descontento con el resultado, el sogún lo envió a Japón donde unos artesanos utilizaron laca para unir sus piezas y las sellaron con oro, evocando con este gesto el paso del tiempo, la mutabilidad y el valor de la imperfección. Así nació el 'kintsugi' como arte y después como la filosofía que busca encontrar lo bello en las cicatrices de la vida.

El poeta y místico sufí Rumi escribió: «La herida es el lugar por donde entra la luz». Nos creemos fuertes, pero somos vulnerables y situaciones como la espantosa realidad que estamos viviendo pueden rompernos en dos y hacernos tocar fondo. Y es justo en ese momento en el que elegimos que vamos a salir adelante cuando el 'kintsugi' entra en escena para transformar nuestro dolor en cicatrices dignas de enmarcar. Somos humanos, frágiles e imperfectos, pero eso nos hace más auténticos.

Desconcertados por este virus inodoro, incoloro e insípido que se detectó en China el pasado diciembre y que ha matado a más de 28.900 personas, afectado a unos doscientos países y que tiene a 3.000 millones de personas quietas y encerradas en un caos que no acabamos de entender, ¿cómo resistir la embestida? Aceptándonos rotos y nuevos, únicos, frágiles, irremplazables, en permanente cambio. Y con paciencia, sin ella no hay ni resurgimiento ni recomposición.

Estamos aturdidos, sin espacio físico para movernos ni mental para saber cómo será nuestra vida. Inmersos en un experimento a gran escala para el que no hay manual de instrucciones, en una gran prueba que ojalá nos lleve «a madurar como sociedad, que seamos algo más, que después de esta crisis del virus intentemos reflexionar con una nueva luz, como si estuviéramos saliendo de la caverna de la que hablaba el mito de Platón, en la que los hombres permanecen prisioneros de la oscuridad y las sombras», en palabras del filósofo Emilio Lledó.

El mundo ha parado en seco, hagamos de este momento único de calma un aprendizaje y aprovechemos que este virus saca la verdad y nos pone a prueba como personas. Si fuimos capaces de dejar de ser unas pequeñas y primitivas criaturas para hacer volar aviones, ¿cómo no vamos a salir de esta?

Mis héroes de hoy son Klaus, Rai y Guillem, Stay Homas se hacen llamar, quienes desde su terraza de Barcelona convertida en sala de conciertos nos animan a quedarnos en casa (y lavarnos las manos) a ritmo de reggae, rumba o trap. «Cuando salga de aquí quiero verte más», cantan en su cuenta de Instagram. Y yo, no lo dudes.

Alejandro Sanz nos animó hoy en sus redes sociales a pensar en algo bonito y alguien escribió: caminar. Ojalá lo pueda hacer pronto por las montañas que custodian Santa Marta, el corazón del mundo para los indígenas que las habitan. Mientras espero, agradezco y disfruto del sol que se cuela por mis ventanas y de la música que escucho esta tarde. Estoy viva.

Os quiero. Cuidaos.