Murcia, 25 de marzo

Uno de los rasgos característicos sobre el coronavirus Covid-19 que nos recuerdan cada día los expertos es que es especialmente selectivo con sus víctimas. Que se ceba en la gente mayor, amén de que es contagioso de manera exponencial. Esto es, que multiplica sus nocivos efectos entre la población envejecida con más intensidad que otro tipo de virus, como el de la gripe. O sea, que encima de estar en casa confinado tenemos que combatir a un virus caprichoso, distinguido y, ciertamente, elitista. Ya, lo que nos faltaba.

El confinamiento y todo lo que lleva asociado nos ha golpeado en la cara con otras situaciones que, por conocidas, no son menores. Hablo de la desigualdad que convive entre nosotros. Desigualdad en quien tiene vivienda y quien no. Quien tiene un techo sobre el que resguardarse y quien ni siquiera puede escoger vivir en la calle, porque en la calle ahora no se puede vivir.

Desigualdad en el tipo de casa que tenemos, aquellas que reúnen unas mínimas condiciones para desenvolvernos en ellas y esas otras, las que apenas ofrecen unos escasos metros cuadrados, mal ventiladas, con humedades o con falta de luz natural. Desigualdad con los propios recursos que disponemos. Una instalación eléctrica en condiciones, habitaciones donde los niños puedan jugar o estudiar en un ambiente acogedor y contar con un equipo y una conexión a internet que permitan un acceso democrático a la red y a todos los recursos que esta ofrece…

Esta pandemia nos ha hecho conscientes de que un tercio, insisto (como lo recordaba estos días un exministro), uno de cada tres alumnos de nuestro sistema educativo no puede recibir clases en línea porque carece de ordenador o de acceso a internet. Esa brecha tecnológica está asociada a la brecha social. Una brecha que no solo la sufren los más pequeños de la casa, sino el resto de los miembros del núcleo familiar. Y no digamos nada de la población mayor, aquella que se ve obligada a la fuerza a relacionarse con sus compañías eléctricas o telefónicas, incluso con sus bancos o sus diferentes administraciones, por vía telemática.

Esta crisis selectiva también la estamos viendo a través de esas víctimas que están muriendo en las residencias de mayores donde, a la vista de las noticias que conocemos, se ha sembrado la duda sobre las condiciones en las que se encuentran muchas de ellas. No olvidemos que este sector de la dependencia es un nicho de negocio que ha proliferado en los últimos años, especialmente intensificado desde los primeros momentos de los recortes en política social a partir del año 2007 hasta la actualidad.

La brecha social supone una fractura de la sociedad. De ahí que hacer frente a la pandemia tiene también un componente de apuesta por reconstruir un Estado de Bienestar que ha sido maltratado y vilipendiado en los últimos tiempos. La selección natural perjudica siempre a los más débiles, a quienes cuentan con menores oportunidades, con menos recursos. Esa brecha se ceba especialmente entre niños y ancianos. La escasez de recursos sanitarios es un ejemplo palpable de dónde se han puesto las prioridades en los últimos años.

Y no me digan que ahora no son todos los que reclaman más medios para hacer frente a la situación. Suena esperpéntico que quienes más tienen que callar sean los que más gritan. En esto no son selectivos.