Segundo capítulo, que corresponde a la segunda semana de encierro solidario y obligatorio en casa. Sería como un diario de bitácoras, solo que estamos en aguas movedizas. Las únicas novedades es que los contagios aumentan y no dan las autoridades políticas ni sanitarias esperanzas sobre una recuperación y menos aún del fin del confinamiento y del vencimiento del virus. En las últimas comparecencias televisivas del presidente del Gobierno, con carisma cero, cada vez se muestra más pesado, reiterativo y desesperanzado. Así que a seguir en la lucha silenciosa e individual de cada uno de nosotros.

A lo largo de esta lenta semana, se suceden las apariciones de políticos nacionales en la tele. Desde el de la voz quebrada, Fernando Simón, que cada vez está más delgado, para tranquilidad nuestra, hasta el vicepresidente del Gobierno, que sale para decir lo mismo que el presidente, sólo que esta vez es él quien se dirige a los españoles. Faltaría más, aunque esté en cuarentena. Predica con el ejemplo de los fariseos bíblicos.

Por lo demás, más de lo mismo, ni caso a la Justicia. Por eso las asociaciones de jueces le dan un ultimátum el triste día, este año, de San José, para que en el plazo de veinticuatro horas ponga a disposición de los juzgados, material sanitario oportuno o de lo contrario se suspenderán hasta los servicios mínimos. Al parecer, un gel desinfectante del tamaño de una pasta dentífrica es lo que en algunos juzgados de guardia se cuenta para la seguridad. El día 20, antes de acabar el plazo, el ministro reunió vía telemática a los responsables de Justicia en las Comunidades autónomas con transferencia de esa competencia y las que no la tienen, como Murcia.

El resultado fue que por la noche salía el ministro en la tele sin aclarar nada acerca de los menores con padres divorciados estos días. Los jueces de familia de Murcia han sido mucho más claros y lógicos que los de Barcelona, por ejemplo. Aquí, han flexibilizado la visitas en interés del menor si se ponen de acuerdo los progenitores y si no, lo dictado en la sentencia.

Entretanto, el presidente del Consejo General del Poder Judicial nos hace llegar dos cuestiones. Una, avisa a los jueces de que no pueden abandonar sus puestos de trabajo; y así ha sido, pues en cada Comunidad autónoma hay unos servicios mínimos de funcionamiento de cada órgano judicial. Otra, una carta que nos dirige a los jueces, muy cariñosa, que acaba dando recuerdos a nuestras familias. Conociendo lo adusto que es el presidente, me intranquiliza mucho. Finalmente, la Comisión Permanente de ese Consejo envía un comunicado en el habla de los funcionarios de Justicia como 'meros colaboradores'. Un sindicato independiente de los mismos se enfada y les exige una rectificación, pues su función en su ámbito es tan importante como la de los jueces para que todo funcione bien.

Ya fuera del ámbito judicial, hay noticias que valoro como buenas. La primera es que ya conozco a mis vecinos de enfrente, calle por medio. Son muy educados, nos saludamos a diario desde las ventanas cuando acaban los aplausos de las ocho horas p.m. Y la otra es más profunda y menos agradable: Felipe VI sale en la tele y no dice nada; como diría Markasca, «como no podía ser de otro modo». Pero ya ha dicho bastante. Quiere que su hija llegue algún día a reinar en España. Por eso la monarquía que su padre casi se carga la piensa levantar, y quizás lo consiga, pues su postura ante la presunta falta de ética, como mínimo, de su padre, la ha cortado de raíz. Imagino lo doloroso que debe ser poner a tu padre a los pies de los caballos. Lástima que el Parlamento siga cerrando los ojos. Su conducta en el 23F, cuando de salvador pasó a instigador, ya tenía que haber sido investigada. Ha tenido que llegar la más guapa de sus examantes pagada con dinero de todos nosotros, que no se calló como otra que sí lo hizo por dinero, para que su por ahora intachable hijo le hiciera las maletas virtuales.

Enhorabuena, rey demérito, ha dado la vuelta, presuntamente siempre, al cuento del príncipe y la rana.