Día 3. Madrid, 16 de marzo

Mañana voy; bueno, mejor pasado. Me líe, lo dejo para el viernes. ¿El sábado? No puedo, tengo comida familiar. Qué pereza coger el coche hoy.

Y así pasé mi tiempo en Murcia sin ver el mar. Eso fue hace tan solo una semana y ahora estoy encerrada en Madrid cumpliendo mi cuarentena a muchos kilómetros, y probablemente a más días de los que alcanzo a imaginar, de volver a sentarme en la arena y mojarme los pies. Si lo hubiera sabido hubiera ido, pero no lo sabía; es más, ni me vi venir lo que nos esperaba. Enseñanza: antes hoy que mañana, claro que sí.

Encrespado, en calma, azul turquesa, con piedras, al amanecer, al caer la tarde. Da igual cómo o cuándo: a mí me gusta el mar. Hoy desperté añorando la vista de la isla Grosa desde Cabo de Palos, también mi playa de Santa Marta y el Mar Menor que anda podrido, sí, pero tampoco mucho más que el resto del mundo infestado hasta arriba de este virus que nos tiene del revés.

Me preguntan mis amigos de Colombia cómo de difícil es esto de estar encerrada y, a pesar de que esta mañana Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, dijo con poco tino que puede ser ‘hasta divertido’ en sus primeros días, la verdad es que no es nada fácil, más cuando llevas cinco días encerrada, te asomas al balcón y ves tu calle en plena ebullición: coches de arriba abajo, gente paseando, obreros trabajando, camiones de reparto. Pero qué pasa, ¿es que la cuarentena era solo para el fin de semana? ¿Ya no estamos en estado de alarma? ¿No era obligatorio quedarse confinados? ¿Será así en el resto de la ciudad? Me cuentan que no, menos mal porque no entiendo nada. Nada.

Mañana volveré a mirar por la ventana de mi salón, pero prometo hacerlo como escribió Cortázar: «Mire, respire, sienta el viento, o el calor, o la brisa, analice las nubes, prediga que va a llover. Y, sobre todo, escuche: no hay sonido más reconfortante y más ignorado que el de la vida cotidiana. Cuando siente que ya miró suficiente, que absorbió el mundo con los ojos, aléjese de la ventana y prosiga con sus tareas». Es que si lo miro como hoy, me va a dar algo.

Yo me quedo en casa. Yo me quedo en casa. Yo me quedo en casa. Este es mi mantra para estos días, pero os cuento que tengo otro que llegó de Hawai, donde lo practican hace 5.000 años. Honoponono se llama y borra pensamiento tóxicos y reprograma emociones. Hace miles de años la práctica era en grupo, guiada por el chamán de la tribu; hoy puede hacerse de forma individual, en cualquier momento del día y sin límite. Horas en este encierro coronavírico tengo todas las del mundo por delante, así que friego suelos, limpio baños y cocino cuando me toca, recitando: lo siento, perdóname, gracias, te amo. ¿Funciona? Qué se yo, pero me calma y enfoca. De eso se trata.

Os quiero. Cuidaos.