El pasado jueves, a las 13 horas falleció Roque, mi perro. Y digo esto porque quien lo conoció sabe que la noticia no es sólo mala, sino que Roque, también saben mis amigos y los suyos, tuvo una buena vida, sobre todo en sus últimos momentos, sin sufrimiento.

Tuvo en su casa y la nuestra un patio y un jardín donde tenía dos atalayas desde donde controlaba las calles y la glorieta. Sabía controlar a otros animales que pasaban por la puerta y ayudaba a las perritas ante cualquier desazón que pudieran tener.

Con muchos amigos y amigas, Roque tenía una novia formal, su amiga Tula, la vecina, a quien besaba con cariño todas las mañanas. Conoció también la amistad de Blanquita, un amor secreto, y de Ada, y mantenía a raya a quien osara inundar el terreno de él o de sus amigas y amigos.

Vigilante a todas horas, era valiente y, sobre todo, cariñoso. Besucón y tierno, supo adaptarse y aprender desde que llegó a casa desde la mismísima calle.

A la familia le enseñaba ternura y bondad, coraje y valentía, pero también lealtad y cariño seguro.

Roque se adaptaba bien con los vecinos y pecinas perrunos y supo ganarse la simpatía de perros y vecinos con sus maneras y su alegría permanente. Su único vicio era escaparse y buscar novias, pero cada día bajaba la intensidad por la edad que iba cumpliendo.