No tengan miedo al coronavirus chino. O mejor dicho, téngale o no le tengan miedo, pero eso va a dar lo mismo. Quiero decir que nos debemos acostumbrar a que ni en nuestras vidas individuales ni en nuestra vida común como grupo humano podemos aspirar a vivir en absoluta seguridad. Siempre habrá algún suceso que nos situé en un cierto grado de incertidumbre: un virus que amenaza con pandemia, una probabilidad de terremoto o una guerra lejana que pueda destrozar la economía global. Sin embargo, véanlo de manera inversa. Vean como los sistemas de protección internacional están funcionando a todo gas en la actual emergencia sanitaria. Vean la cantidad de recursos, de investigación urgente y de esfuerzo global que se está invirtiendo en detener al bicho de la neumonía de Wuhan, y que conseguirán, sí o sí, frenarlo antes de que se convierta en un monstruo demasiado grande.

Y compárenlo, si quieren, con lo que pasaba hace apenas cien o doscientos años, nada a la escala de la evolución humana, en la que probablemente un brote vírico de este tipo se llevaría por delante a una buen parte de la población del planeta.

Me parece ajustado pensar que, por fortuna para nosotros, vivimos en una sociedad con los más altos niveles de calidad de vida y seguridad colectiva que jamás se hubieran podido haber imaginado. Al menos en nuestro primer mundo. Los avances en control sanitario, en los sistemas de seguridad de las infraestructuras o en la vigilancia de la cadena alimentaria, consiguen que nuestro modo de vida forme parte de un hecho histórico inimaginable hace no más de medio siglo, en el que alcanzamos unas cotas de seguridad colectiva realmente sorprendentes.

Pero también es cierto que esa alta seguridad la logramos fundamentalmente en el primer mundo, cuando los sucesos pasan entre nosotros o cuando pasan fuera pero amenazan con llegarnos. No está tan lejos el ejemplo de las epidemias africanas del virus del Ebola para entender lo que digo. En el resto de casos, y en el resto del planeta, ya la cosa es diferente. ¿Cuántos países negros siguen azotados por la malaria?, ¿cuántas barcazas cargadas de pobres se hunden en mares lejanos durante trayectos locales? ¿cuántos mueren en inundaciones y tifones? y ya por ponernos demagógicos ¿cuántas personas aún mueren de hambre y cómo de lejos queda esa realidad de nuestros avanzados sistemas de control para nuestros abundantes alimentos?

Nos tendremos que acostumbrar, entonces, a que de tanto en tanto haya hechos noticiosos que impliquen un golpe a nuestra tranquilidad colectiva. Psicológicamente nos afectará, mediáticamente protagonizarán el escenario. Pero finalmente, si lo pensamos un poco, tendremos que opinar en contrario. Reconocer que al menos nosotros, en Europa, en España, en nuestra región, somos afortunados por vivir en el mejor de los mundos, en el mejor de los momentos de la historia y en el modelo que, sin llegar a la utopía imposible de la seguridad total, más se acerca a lo razonable.